Volveremos a abrazarnos - Esther Solano
Extraño los
brazos rodeándome. Multiplicando mi alegría. Disminuyendo mi dolor.
Parafraseando a Mario Benedetti, cuando unidos somos mucho más que dos:
camaradas, amigos, cómplices, amantes.
Incluso,
desconocidos, unidos en solidaridad ante los embates del destino, las sacudidas
de la tierra que desmoronan nuestros magníficos edificios o, simplemente
celebrando el efímero triunfo de la selección nacional: hermanados, festivos,
solidarios.
Hoy quisiera
abrazar a mis amigas y amigos, aquellos que han sufrido una pérdida. Para
quienes la ausencia de su padre, su hijo, su hermano, su sobrino son
realidades. Un hueco presente. Un vacío que no puede llenarse.
Sonrisas
polaroid, son en realidad, carcajadas sonoras que sólo vibran en nuestra
memoria: tan infiel, tan aislada, tan autista. Incapaz de comunicar los matices
de esa voz, los aromas que acompañaban los encuentros. La suavidad o aspereza
de sus manos y su piel. La textura de su ropa o lo mullido de los muebles de su
habitación.
La muerte
presente en sus casas, y yo, aquí, en la mía, leyendo el mensaje en la pantalla
del celular. Ni siquiera el acartonado consuelo del funeral. El desfile de
parientes lejanos, compañeros de oficina, amigos que no le conocíamos a esa
madre, esa hermana, esa hija que ya no está.
El consuelo de
que el ritmo y la sonoridad de su voz se encuentra en las cajas de recuerdos de
los presentes. El testimonio de que estuvo viva, que existió, que dejó huella y
que esos recuerdos como mosaicos en cada uno de nosotros, los dolientes,
constituyen un mural que da fe de su paso por la tierra. Cuando nos reunimos en
un abrazo colectivo, que hoy, nos falta.
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