Capadocia, lugar de mis sueños. Del castillo de la pureza VI - Aliria Morales

 


Lo que más me gustaba de niña, era hacer de la vida un cuento, o una historia de final feliz. Pero resultaba que esa historia era de mi mamá y ella decía - Tú haz tu propio cuento.- Yo lloraba, me enojaba ya no esperaba el final del cuento, me dormía llorando, esperando que algún día me dejara terminar el cuento de todas las noches, ella los inventaba y yo me los iba imaginando tan rápidamente que a veces antes que ella terminara, yo tenía un lindo final y entusiasmada le decía yo lo termino por favor; ella decía – No, si quieres mañana cuentas uno tú, pero completo.

 

Vagar en mis sueños, en el castillo de la pureza, era mágico. Yo era feliz, mi espíritu libre, como el de ella, atrapado en el castillo de la pureza. Aún no lo entendía, auténtica y espontánea no necesitaba unas alas para volar, ni un tapete persa, tampoco una escoba, no me veía en un avión porque no los conocía; ni siquiera lo imaginaba. Bastaba cerrar los ojos, respirar profundo y todo era volar. Crear mundos mágicos.

 

Mis padres me dejaban construir espacios para atrapar sueños. Ir a dónde yo quisiera, nunca me exigieron ser mejor, ser diferente, así me querían. Mi papá decía - Lo único que quiero es que sean felices. -

 

Vivir en mi mundo era tan real para mí como dibujar, siempre a cada momento, entonces pensaba en las hadas, los gnomos, duendes, brujas, no estaba prohibido. Soñar entonces era fácil.

 

El patio en el castillo de la pureza no era de mármol, ni de malaquita, era de cemento, y habían tendederos llenos de sábanas y laberintos para correr, evitar dejarnos atrapar por el lobo. Las sábanas hechas de costales de azúcar y cenefas de flores, hechas con vestidos viejos de las tías ricas, hermanas de mi papá, mi madre era una alquimista, todo lo transformaba. Puestas en la cama ¡qué bonitas se veían!

 

Cuando visitábamos a mi abuelo, me prestaba sus libros y me dejaba leer algo a la hora de la comida. Ese día me mando bajar uno de los libros que estaban en su escritorio, tome uno relativamente grande para mí, con pasta de piel color vino. En el comedor me dijo, ábrelo en la página que salga, y vas a leer, yo temblaba de miedo, ¡leer! Me sentía indefensa, pobre de mí sí me equivocaba, me mandaría por otro libro y luego por otro y otro, ¡Sólo tenía diez años!

 

Abrí el libro en la página x, tenía una bella fotografía “Las chimeneas de las Hadas” y más arriba el título “Capadocia” con letras doradas, mi cabeza empezó a volar.



Las hadas viven ahí pensé, entonces también deben vivir las brujas. Después de leer tres o cuatro renglones, me detuve y pregunté a mi abuelo, afirmando.

-       !Yo quiero ir a ese lugar! ¿está lejos?

-        ¿Para qué? - respondió mi abuelo

-        Quiero dormir ahí y ver las hadas y las brujas cómo vuelan.

-        Ahí no hay brujas ni hadas

-        Aquí dice chimeneas de las hadas.

-        Eso lo buscaremos otro día, ahí viven los eremitas, los místicos, viven en el silencio de ese lugar

-        Yo quiero vivir ahí - dije.

-        ¿Por las hadas o por las brujas? – preguntó mi abuelo y se rió mucho.

-        Imagino que debe ser hermoso - dije muy seria –

 


Y pensé, vivir en una de esas chimeneas sería como vivir en un cuento. Desde ese momento, Capadocia sería mi sueño preferido.


Imagino que conozco el lugar, de tiempos ancestrales. Lo conozco, lo sé, he caminado descalza por esos lugares. Lugares extraños de formaciones fálicas y ventanas al viento, lugar místico de mucho silencio.

 

Capadocia sueño contigo desde niña, respiro el ancestral petricor del suelo húmedo, de la tierra mojada y veo como se alegra la gente, la lluvia trae vida, habrá que comer, veo como se manifiestan las mujeres en mi sueño.

 

Me dicen que soy alma vieja, mística, asceta, eremita, loca. Mi casa es un pequeño santuario, tiene una celda para meditar y un altar donde convergen las religiones. Velas blancas, una Menorah, cinco sahumadores, un atadito de hierbas, incienso, pétalos de rosa, cáscaras de naranja y limón, una obsidiana, una japamala tibetana y un mantra OM.

 

Vivo en un lugar lleno de tiempo. Donde hace noventa años había una fábrica de camas de latón, con escudos de águilas y cunas de princesa de cuento. Este lugar, tiene su historia y mucha magia. Aquí se reunían el Che Guevara y Fidel Castro, otra historia.

 

En ocasiones, me veo descalza caminando ahí, en Capadocia, lugar de otras dimensiones, meditación, silencio, piedras que resguardan el pasado, bajo su tierra, ciudades donde la historia está viva, la ciudad de Hebila y sus iglesias.

 

Y me pregunto ¿Estaré algún día en ese lugar que me robó el alma desde niña?

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