EN EL JARDÍN DE JALPA - Lola G. Casanova

 

            Quisiera ir al fondo del jardín, pero no puedo.

            Casi nunca puedo. Después lo extraño             (en México)

y lo recuerdo como si hubiera sido mío desde hace mucho tiempo.

            Y es que en él no sólo encuentro tu infancia:

            también me sorprende la mía                  (entre las plantas).

            No sé, quizá sea el miedo.

 

            Un día, después de la lluvia, vino ese olor tan especial

a tierra mojada mezclada con flores: gardenias, rositas, "copos de nieve", y por la nariz llegó hasta el corazón                         y luego a la cabeza.

            O al revés.

            Sentí que ese olor tan familiar y olvidado hacía tanto tiempo, ahora era recuperado.

 (Luego pienso que no, que seguramente lo hube de percibir alguna otra vez.)

(Quizás en octubre, o por lo menos hace dos años que estuvimos aquí y también entonces era abril y había las mismas flores.)

(Pero tal vez entonces no llovió. Y acaso si lo sentí no lo recuerdo.)

¿Por qué nos remiten los olores al país de la infancia, de aquella primera vez?

 

            Quisiera ir hacia allá, al fondo del jardín.

            Sentir el calor fresco del sol,

 suave cuando atravieso el patio y camino hasta el pozo.

Cocos, guayas, mangos, tamarindo, limón real, naranja agria.

Y los tomates, los chilitos, el perejil, la hoja de la pimienta y tantas cosas más que no conozco.

 

            Camino y miro el suelo,

            miro las nubes y va a llover.

Igual, de repente, se irá la lluvia y pronto se secarán los charcos.

            Camino y miro arriba, abajo. Recordando, imaginando.

Siempre con miedo de que aparezca un animal

            (¿o será miedo a descubrir un secreto?)

víbora o rata.

 

            Ahora es todo silencio.

Después empieza el ruido de los pájaros, es la “hora de los zanates”

 (la bauticé así cuando salía a pasear al niño en su carriola al atardecer).

Y canta la calandria.

Y se oye el sonido de la ardilla mientras roe un coco,

o del pájaro carpintero, con su copete rojo escarlata,

 golpeando un tallo.

 

            Ah, qué placer,

            qué cerca de la felicidad me encuentro en este instante.

Tan cerca como solo lo he estado -creo- en otras tierras calientes,

en tierra tropical.

            Fresca, recién bañada, muy limpia,

ya lavé ropa, ya lavé el baño, ya fregué trastes: ya limpié.

            Mucha agua limpia. Estoy junto a la batea.

                        No quema el sol, no me molesta.

            Puedo respirar el aire limpio y tibio.

                        Casi adivino la luna brillante que no sale todavía.

            La brisa me acaricia la cara.

                        Brillan los vellos de mis brazos.

            Qué limpia, qué fresca. Respiro hondo hasta adentro.

                        Qué feliz.

 

            ¿Pero por qué no me animo a ir al fondo del jardín?

 

 

                       

 

             

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