SHIDE - Fabiola Sánchez Palacios

Genaro tenía varios minutos de observar a Lía deambular entre los invitados: sonreír, brindar, observar las esculturas de Rodin. Cabello negro largo lacio, piel blanquísima, ojos verdes, tan hermosos como los de los gatos.  Un metro con setenta centímetros de estatura y cuerpo tan perfecto como si también ella fuera una pieza de museo. Boca carnosa y nariz delicada.

La miraba con admiración, estaba sola en la exposición Arrebatos Eróticos y Místicos.  

¿Quién será? Se preguntaba Genaro parece actriz de cine. Genaro calculó que las prendas que ella llevaba puestas costaban una fortuna: Anillo, brazalete y reloj Cartier, bolsa y zapatos Louis Vuitton, ropa casual, pero de lino.

El trataba de adivinar cómo abordarla, qué decir para que siquiera le devolviera algún gesto.  Al fin se decidió:

   Interesante colección ¿no le parece?

  

   Tengo la impresión de conocerla.

—No creo.

—Un rostro como el suyo nadie podría olvidarlo.

   ¿Eso piensa? — respondió, mientras clavaba sus ovaladas pupilas verdes en él.         

Cuando Genaro sintió la fuerza de aquella mirada lo recorrió un escalofrío intenso y rápido, como toques eléctricos. Tuvo la sensación de caer al precipicio por un instante. Se sobrepuso y la escuchó decir:                                

— ¡Ya recuerdo!, nos conocimos en Bellas Artes, cuando bailó Pina Bausch.

— ¡Es cierto, usted estaba sentada en el palco número cuatro!

   Y usted, en la parte más alta...creo...

   Yo estaba en el palco de al lado porque fui en representación de mi jefe, el Embajador Antonio Villegas.

   Me llamo Genaro Santana Miranda y pertenezco al Servicio Exterior y…— dijo atropelladamente queriendo impresionarla para de pronto darse cuenta de que se estaba exhibiendo ¿Tú cómo te llamas?

   Lía.

   ¿En qué trabajas?

   No trabajo y no empieces como galán clasemediero, porque tampoco estudio, solo existo…y no pongas esa cara que es una broma.

   ¡Si claro, una broma!                                                                                                 

“Que mamona es, pero está buenísima. Se le nota la clase y lo cabrona…”

 

Genaro se apresuró a tomar dos copas de vino blanco de la charola del mesero más próximo. La ofreció una a Lía que lo dejó con la mano estirada.

 

—Dicen que el mejor vino blanco es el tinto, cámbiala, por favor.

Lo dicho, no sólo es mamona sino mandona. Sabe lo que vale, pero no me importa…yo soy Genaro Santana, diplomático de carrera, así que a mí nadie me dice que no.

Genaro confiaba en las dotes que lo habían hecho ascender y acceder a una clase social en la que no había nacido.

Por lo menos hoy, me da su teléfono…o una cita.

—Sé que el mejor vino blanco es el tinto pero las mujeres hermosas como tú siempre cuidan las calorías que ingieren, pensé que preferirías blanco.

—En realidad no es cultura vitivinícola, me gusta el color del vino tinto, parece sangre.

—¡Que apasionada! ¿Eres mexicana? Porque no tienes tipo. Yo viví años en Alemania y Brasil y tienes rasgos muy finos como los de las italianas, pero más hermosa…

— ¡Eres de los que piensan que para que una mexicana sea bonita lo único que tiene que hacer es no parecer mexicana!

— No, no digas eso, es que tu belleza es muy poco común y mira que me precio de haber viajado y conocido mujeres sofisticadas y hermosas, pero ninguna como tú.  

   ¿También eres de los que piensa que las mujeres no pueden sobreponerse a la belleza?

   Tú eres la prueba de que no es así. Te propongo un brindis por eso. El día que coincidimos en Bellas Artes, yo sólo alcancé a mirarte, ni siquiera tuve tiempo de presentarme, sólo te saludé y respondiste mi saludo con indiferencia ¿cómo es que pudiste recordarme ahora?

   No sé, quizá tu olor.

   ¿Mi olor?

   Si, hueles a una loción dulce como de flores o de miel…

   No es tan dulce ¿o sí?

   Me encanta, pero no es tu loción, es tu cuerpo, huele a una mezcla de leche y miel. La gente blanca huele a leche.

   Vas a hacer que me sonroje, pero valió la pena con tal de hacerte sonreír, es la primera sonrisa que me regalas.

   Te regalo dos— Dijo y lo miró sonriente.

   ¿Cuál es tu escultura favorita?                                                                    

   La Shide que está en la otra sala.

   ¿Es de Rodin?

   No es una antigua pieza celta, anónima.  

   Perdón, pero no la vi. Luego me acompañas para mostrármela.                       Genaro estuvo a punto de preguntarle el significado de la palabra Shide, pero no quería evidenciar su ignorancia. Si se hubiera atrevido a preguntar el destino que le esperaba esa noche habría cambiado.

   La veremos luego.

   ¿Me vas a permitir acompañarte a tu casa esta noche verdad?

   Si quieres

Genaro se sentía torpe, temeroso de echar a perder aquel encuentro con cualquier palabra mal empleada. Toda su pose de hombre de mundo y casanova se estaba desmoronando.

Quiso remontar la situación:

   Te invito un buen vino fuera de aquí. 

   Acepto.

   Tengo en casa una botella muy especial que traje de Francia, es una cosecha…

   No. En tu departamento no.

   Vivo en Polanco, está cerca. Además, créeme que soy un caballero, que sería incapaz…

   Vamos a dónde quieres. Pero no en tu casa.

 

¡Creí que iba a ser más difícil! No tenemos ni media hora de haber comenzado la conversación y ya aceptó ¿A dónde llevo a esta princesa?... ¿traerá fondos suficientes mi tarjeta? Supongo que si no me lleva a su casa por lo menos va a querer una noche en el Nikko. No parece una profesional, pero ¿no será que cobra?   ¿O le gusto?, pensaba atropelladamente pero no podía   decir nada.  Caminó hacia la salida en silencio, junto con la mujer, se dirigió hacia la máquina para pagar el estacionamiento. Ella iba a su lado, indiferente.  Genaro le abrió la puerta de su Cadillac rojo y vio que ella ni siquiera reparó en ese auto que era motivo de orgullo para él y que sólo usaba en ocasiones muy especiales, cuando tenía alguna encomienda oficial o asistía algún evento en representación de su jefe.

   ¿No trajiste tu coche?

   Si, pero mi chofer ya sabe a qué hora debe irse, si no lo he buscado.

   ¿Dónde vives?

   En bosque del espino.

   ¡Ah! es la mejor zona de la ciudad

 

Genaro encendió el coche y salió del estacionamiento.

— Bien ¿Vamos a…?  

   Me gusta un lugar que se llama La puerta de la luna, esta sobre la carretera a Cuernavaca — dijo Lía.

Ojalá acepten tarjeta de crédito.

Mi padre es el dueño.           

¡Tiene padre hotelero!  Pensó Genaro.En el camino ambos iban callados, él preocupado pensando que quizá aquella mujer tenía costumbres raras o era una ninfómana o esposa de algún político. Le daba miedo que estuviera enferma de algo contagioso. Las cosas habían sido tan fáciles y él tenía tan poca información sobre ella. Pero no estaba dispuesto a perderse esta oportunidad. No iba a declinar el honor de saborear a aquella belleza, aunque fuera la única y última vez.

   Vienes muy callada.

   Me gusta el silencio— respondió Lía.

   Tus congéneres hablan mucho, algunas parlotean como guacamayas, otras son muy exageradas y algunas tienen voz de silbato…

   Deben ser anorgásmicas. Escucha la voz de una mujer y sabrás de qué cama goza. La voz y los órganos sexuales están conectados, por eso los Masones y otros no aceptan mujeres, dicen que son indiscretas. Haz que cualquier humano te guarde un secreto terrible y sabrás su fortaleza. Cuando una mujer habla mucho o llora o ríe histéricamente es que tiene exceso de energía sexual. Todo lo contenido se refleja en su voz. Requiere de muchos hombres y si solo puede tener al mismo cada noche pues—dijo alzando los hombros y haciendo un gesto de fingida compasión

   Creo que voy a aprender mucho contigo.

   Estoy segura.                                                                                                   

Es rara, da miedo decir cualquier cosa, no vaya yo a echar todo a perder, casi consigo algo que no pensé ni en sueños.

   Métete por esa brecha, estaciónate y vamos por la puerta de atrás.

   ¿No pasamos por recepción?

   Tengo llave de mi suite.  Además, no te preocupes, este hotel fue pensado para no toparse jamás con nadie a quien no quieras ver.

¡Creo que si me la quiero coger lo mejor será guardar silencio! ¡Todo lo que diga puede ser usado en mi contra! Bueno, no debo desesperar, es cuestión de paciencia, ya estoy muy cerca de mi objetivo. Un acostón y adiós porque es bastante creída, estoy acostumbrado a los retos y esta vieja no va a ser la excepción, pero una vez y nunca más porque es un plomo, insoportable...      

 La puerta de la habitación estaba cerrada, pero sin llave, en completa oscuridad, Genaro volvió a sentir miedo…La habitación era muy amplia. Decorada con muebles y cama antiguos que parecían piezas de museo; candelabros y objetos de plata, maderas oscuras y luz muy tenue. 

— ¡Qué estilo tan clásico tiene tu habitación!

   Todo lo he ido coleccionando.

Una pequeña cómoda tenía licoreras de cristal y vasos y una enorme copa con miel. Lía se sirvió vino tinto, y Genaro, coñac.  Él se acercó y trató de besarla.

—En la boca no porque me enamoro, como dicen las rameras — dijo esquivándolo.  — ¡Pero no pongas esa cara! — le advirtió burlona al tiempo que se puso frente a él lo tomo de la nuca e introdujo su lengua a la boca de Genaro que sintió una lengua bífida, una punta enlazada a su lengua y otra acariciando su paladar. Ella se acercó a la mesa de los licores y metió un dedo en la miel para después chuparlo. 

— ¿Sabe rico?

— Si, me gusta mucho la miel, es mi alimento favorito.

Mientras Genaro le desabotonaba la blusa se dio cuenta de que la mujer no traía sostén, sus senos eran perfectos. Pensó que tenían cirugía.

Tampoco traía pantaletas. Sintió que una oleada de calor lo invadía. Tocó el fino encaje de las medias que terminaban en el muslo y percibió el delicado aroma que salía de la entrepierna.

   ¡Que ropa tan fina! ¿Qué perfume usas? Me gustas mucho— 

   Almizcle original.  Uso ropa y perfumes finos para excitarme y masturbarme frente al espejo cuando estoy sola. Puedo oler que estás nervioso...

   Tener sexo con una mujer como tú no ocurre todos los días— dijo Genaro con entusiasmo perruno mientras se quitaba torpemente la ropa.

   Así es Genaro, es la primera, y la última vez que vas a estar conmigo.

   ¿Es un reto?

    No, no es un reto. Es un adiós. Eres muy vulgar.

    ¿Por qué? — preguntó desconcertado.  

   Tengo una cita y debo irme. Te quedas en tu casa— Dijo burlona.

   Óyeme no, preciosa. Dijimos que estaríamos juntos toda la noche, que íbamos a hacer el amor y ahora me sales con esto. Puede ser que yo sea muy vulgar, quizá hasta naco, pero creo que no he hecho nada para que me trates de este modo ¿Dije algo que te incomodara? ¿Te ofendí? Primero me das cuerda, me traes hasta aquí, te desnudas, me excitas y luego me dices que te vas. No me trates como un pendejo.

   Genaro, no digas palabras soeces. Un hombre de tu cultura, educación y que lleva la nacionalidad en el cargo, debería cuidar más su lenguaje. El que quería venir aquí eras tú no yo. Tú me trajiste, tú me desnudaste, tú te excitaste, apenas me desabotonaste la blusa y ya estabas jadeando querido.              ¡Qué cabrona e hija de la chingada! ¡pero ni madres!, a esta me la cojo, aunque tenga que rogarle de rodillas.

Respiró profundamente y con suavidad dijo: — Lía por favor. No me trates como un imbécil.

—Pues no te portes como tal, querido.

—Está bien, acepto que soy un mortal de quinta, tú eres hermosa, rica e inteligente, pero cumple lo que me prometiste ¿no?

— Esta bien, pero tienes que hacer lo que yo diga.

   Haremos lo que tú órdenes, sólo pide. Todo reinita, todo, contestó él conteniendo su mal disimulada ira.

   ¿Estás seguro de lo que quieres conmigo?

   Sin duda.  

   Juguemos—dijo ella mientras sacaba de su bolso un pastillero. Abrió el delicado objeto y saco un polvo blanco.

   ¿Coca? — pregunto Genaro.

   Castálidas para que tengas erección toda la noche y alucines. Es tan fuerte como el opio, pero no te adormece, al contrario, exacerba todos tus sentidos, jamás vas a volver a sentir el placer de forma tan intensa, debes estar muy seguro.      Genaro sintió en su lengua la acidez del polvo. Sus quijadas se trabaron momentáneamente mientras su pene se endurecía. Electricidad en su columna vertebral. Pensó que iba a eyacular en ese preciso instante y sorprendentemente vio salir una gran cantidad de semen sin que su miembro se relajara. De pronto todo se oscureció, solo estaba ella reflejada frente al espejo, imponente. Su pesada cabellera negra le llegaba hasta las nalgas. Sus músculos perfectamente marcados y la tersura de su piel tostada contrastaban con sus ojos verdes, fríos e inexpresivos como los de los muertos. Por un momento Genaro tuvo miedo. Pensó que Lía era la muerte, pero se sobrepuso. No había llegado hasta allí para no conseguirla.

   No pienses, solo mírame. Vamos a cruzar del otro lado del espejo. Le dijo mientras se dirigía hacia la luz que emanaba la luna del espejo. En ese momento Genaro reparó en el enorme marco de plata que lucía impecable al fondo de la habitación. Se coloco detrás de ella que lo tomo de la mano. Cruzaron y él pensó que estaban delirando por la droga. No distinguía nada. Sólo sentía la suavidad del musgo bajo sus pies y el aroma de los pinos.

   Parece real.

   Relájate, no pienses.                                                               

Lo tendió sobre el musgo y lo monto. El aullaba de placer mientras ella lo galopaba. Genaro tenía la sensación de que volaba, cuando sentía que iba a eyacular ella se retiraba y metía a su boca el pene de aquel hombre. Lo lamía delicadamente, lo succionaba y Genaro tenía la impresión de que tocaba la garganta de la mujer. Había tenido sexo en muchos países con distintas mujeres y prostitutas, pero nunca había experimentado un placer tan intenso e interminable.   

— ¡Eres magnífica! —gritaba 

 Cuando él estaba a punto del orgasmo ella se retiraba.

 De repente dijo:

   ¿Has cazado algún día?

   ¿Qué?

   Te pregunto que si te gusta la cacería.

   Una vez en Alemania participé en una, pero ¿eso qué?

   Quiero jugar a cazarte.

   ¿Cómo?

   Fingiremos que tú eres un venado y yo te cazaré, más vale que te dejes o no acabaremos lo que hemos empezado.                            

   ¿Dónde estás? ¡Oye como broma yo creo que es suficiente ¡¿Dónde estás?

Se dio cuenta que si gritaba perdía fuerza de modo que siguió corriendo hasta tropezar y caer. Al mismo tiempo sabía que todo aquello era producto de la alucinación, de modo que aún confiaba en que si se tranquilizaba todo volvería a la normalidad. Trató de calmarse, aunque cuando sintió las enormes patas del mastín sobre sus hombros y el hocico feroz dando dentelladas muy cerca de su cuello dio un alarido de pánico.

—No grites, soy yo y ya te atrapé dijo el perro mientras se transformaba en Lía.      

Te voy a dar otra oportunidad, pero si vuelvo a atraparte podré hacer contigo lo que quiera. Serás mi presa.

—Ya por favor, ¿por qué no disfrutamos del sexo sin jueguitos ni nada?

   Te dije que experimentarías tal placer que nunca en la vida sentirías nuevamente. ¡Corre de nuevo, venado!                                                                                           De repente una mano lo jaló del tobillo y cayó de bruces, tirado sintió como el manto de musgo lo inmovilizaba y unos brazos y manos forrados de esa aterciopelada hierba brotaron de la tierra apretándole la garganta, hasta casi asfixiarlo. Cuando estaba a punto de desmayarse, Lía vestida de musgo emergió del mismo y lo montó sin darle tiempo a reponerse de la sorpresa.

   Te atrapé nuevamente, así que serás mi esclavo.     

Súbitamente lo puso boca abajo y le mordió las nalgas para luego recorrer con su lengua de víbora todos los pliegues del ano.

 El suplicaba: Acaríciame más, acaríciame así. De repente los largos dedos de ella se introdujeron suavemente en Genaro masajeando por dentro un suave nudo.

   Eres extraordinaria— jadeaba el hombre, cuando de un golpe seco se sintió penetrado por un miembro de macho cabrio. ¿Qué haces? No me gusta

   ¿Qué sigue al placer y al dolor? — inquirió Lía al tiempo que lo penetraba. No vas a descansar hasta que me respondas acertadamente— dijo ella con una voz horrible.

Genaro se percató estaba lazado y colgado de un rústico asador como un chivo cuando lo van a asar. Las llamas de la hoguera no lo tocaban, pero podía sentir el calor intenso, le ardía la piel enrojecida. Ni el miedo ni el calor lo hacían perder la erección.

   Todavía te falta, aún no conoces ni siquiera la sombra del dolor.  El olor del miedo revuelto con sangre es repugnante.

   Por favor, te lo suplico, de verdad estoy asustado. Te lo pido por lo que más quieras, ya no me lastimes, me duele…

   ¿Te acuerdas de la cacería en Alemania? ¡Mataste a mi venado favorito imbécil!, el ciervo que siempre me acompañaba. Se alejó de mí y se topo contigo y tú, estúpido te atreviste no sólo a matarlo sino a hacerlo sufrir. Así debió haber llorado mi venado, eso mismo que sientes tú debió haberlo sentido, lo colgaste y desangraste cuando todavía estaba vivo. El dolor no le permitía a Genaro comprender todo aquello que Lía le decía, no había cabida más que para el miedo.   

   ¿Te sientes indefenso ante el dolor?

   Perdón, por favor, perdón.    

Lía se acercó a la hoguera y a su paso se apagaron las llamas, ella caminó descalza sobre las cenizas ardientes, se agachó y volvió a chupar el miembro de Genaro.

—Lía ten piedad.

— ¿Estás seguro de que quieres terminar?

—Si.

Lía encajó sus garras en las entrañas de Genaro que todavía no estaba muerto. El placer, dolor y agonía se fundieron en un último gemido.

Lía mezcló el semen y la sangre del hombre para luego aderezarla con miel y lo saboreó con delicia.

Las puertas del restaurante Cícero se abrieron dando paso a una distinguida mujer que tomó mesa al fondo del lugar.

Dos hombres comentaron:

— ¿Ya viste?

— ¿La conoces?

   No, pero ha venido en otras ocasiones, siempre cena sola.

   Yo creo que hoy va a cenar acompañada— Dijo el doctor Escobedo.

   No creo— respondió Carlos.

   ¿Qué apuestas?   

   No es de las que tú acostumbras. Es una señora. 

   ¡Capitán!— llamó Escobedo al mesero para luego decirle algo al oído.  

 

El capitán de meseros se acercó a la mujer y discretamente dijo:

—El Doctor Escobedo y su amigo le piden permiso para acompañarla a cenar, señora.

—Dígales que acepto, cenaré muy complacida esta noche ¿Podría traerme una copa con miel?

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