ODA AL IDIOMA INGLÉS - Patricia de los Ríos


A la memoria de mi tío Juan Naves.
13 de julio del 2020

            Mi madre tuvo una educación formal, solo hasta lo que en México llamaríamos secundaria. Luego se le atravesó la guerra civil y el exilio. Sin embargo, amén de ser una gran lectora tuvo facilidad para aprender lenguas y además las estudio. Cuando tenía tres años fue con mi abuelo, quien era músico, a Barcelona y rompió a hablar catalán, cosa que después perfeccionó durante la guerra. Todos sus amigos catalanes decían que tenía un estupendo acento. Su español siempre ha sido culto y hermosamente sonoro. En la escuela de monjas donde estudió, mi abuela, a fuerza de coser uniformes para médicos, pudo costearle una clase de francés que solo practicó en el campo de concentración en Francia, cuando un comunista avergonzado se acercó a la alambrada, pues se negó a hablar con quienes las tenían encerradas. De modo que cuando llegó a México, en enero de 1940, ya hablaba tres idiomas. Enseguida se puso a aprender inglés y varios años después italiano en la Dante Alighieri. Lo hacía tan bien que la confundían con una nativa. Finalmente, quiso aprender alemán, pero, según ella, la angustia porque mi hermana se fuera a vivir sola ¡a los 30 años! se lo impidió.
            Mi padre, en cambio, tuvo una educación formal excelente en uno de los mejores bachilleratos de Chile y después en la universidad. Sin embargo, siempre fue malo para los idiomas y por eso quería que yo estudiara. Cuando estuve en edad de ir a la escuela, mi papa quería que yo tuviera una educación inglesa. Norteamericana, no. Nuestro plumaje político y social no lo permitía. Entonces resultó que fui al kínder al colegio Greengates, cuando todavía estaba en las Lomas y todo era muy exclusivo, hasta los zapatos que eran especiales para nosotros.
            Ahí comencé mi romance con la lengua de Shakespeare, cantábamos en inglés para celebrar el cumpleaños de la reina y el embajador de Inglaterra nos daba los premios y, en primero de primaria, ¡Oh sacrilegio! comencé a leer en inglés antes que en español. Mi madre se acordó de la humillación de la Armada Invencible y de la pérfida Albión y me sacó de la escuela violentamente antes de que terminara el ciclo escolar. Supongo que la causa real fue algún conflicto con mi papá. Mi salud emocional daba igual. Me metió a una escuelita pequeña, Miss Nelly School, en la cual aprendí a leer en español, en el recreo, mientras los demás niños jugaban. A pesar de lo violento del tratamiento de corrección lingüística. Extrañamente nunca he dejado de amar la lengua de Cervantes y, sobre todo, la de Rulfo, Paz y Castellanos, que es la mía propia.
            Afortunadamente mi papá no se rindió y fui a parar, ahora sí, a una escuela bilingüe y después, mientras estudiaba en el Colegio Madrid, al Anglo. Ahí estudié con Mister Stark, uno de esos ingleses fantásticos enamorados de España, quien bailaba flamenco. A partir de ese momento y de pasar el Lower Cambridge, la lengua inglesa ha sido un verdadero tesoro en mi vida que me permitió acercarme a muchos mundos literarios, pero, sobre todo, viajar y conocer a través de esa lingua franca otras realidades y hacer amigas.
            Yo sola me fui formando mi gusto literario en inglés, aunque, mi tío Juan Naves, contribuyó como nadie a mi anglofilia, pues me regaló muchas cosas, desde Dickens hasta C.P. Snow y me hizo socia del Book of the Month Club. Además de Mujercitas, que todavía leí en español, de niña. Me enamoré de mi Virginia Woolf y todo el grupo de Bloomsbury, incluso conseguí en Chicago una grabación con su voz, en un programa de la BBC, uno de mis tesoros.
            Así, el inglés ha estado siempre presente en mi vida, ni modo, aunque no sea políticamente correcto, soy anglófila. Me convertí en estudiosa de la política estadounidense y mientras estudie allá mi doctorado, incluso llegue a soñar en ese idioma. Además de leer mucha historia y política. Viví en Estados Unidos cinco años en los cuales no solo soñé sino habité esa lengua maravillosa. Sí, aún la de Estados Unidos que es tan diversa como su población.
            Amo esa diversidad de voces articuladas en inglés, desde Rushdie hasta los y las escritores negros de Estados Unidos: Maya Angelou, Toni Morrison, cada quien con una cadencia y una sonoridad distinta y, desde luego, Joyce Carol Oates, Philip Roth, Paul Auster y los que lo adoptaron como Nabokov  o Joseph Brodsky, a quien escuché en la biblioteca del Congreso. O los poetas del Caribe, como Derek Walcott. Mis poetas locas y suicidas como Silvia Plath y Anne Sexton. Y autores como Doris Lessing, Nadine Gordimer o Coetzee. Y, desde luego, los maravillosos ingleses, comenzando por Shakespeare a quien más he escuchado que leído y los contemporáneos A.S. Byatt, McEwan, Banville, Pat Barker, Julian Barnes.
            Esos son los autores que solo me vienen a la cabeza, pero todavía leo casi diario en inglés, no solo literatura y lo escucho, hablo y disfruto inmensamente. Que regalo ha sido en mi vida. Sí, oda al idioma inglés.

Comentarios

  1. Patricia, me encanta la limpieza y claridad de tu redacción. Eres una escritora que transmite sentimientos con gran naturalidad. Felicidades.

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