CUARENTEANDO, HACIA EL FONDO DEL MAR - Paula Pilar Picón


Desde que estamos en casa en cuarentena todo es más lento. Por las mañanas los rituales me acompañan. Me levanto más temprano para tener mi tiempo y aún dormida, pongo la pava para el mate. La dejo a fuego mínimo y mientras tanto ordeno la casa, que está en perfecto silencio. No puedo comenzar a hacer algo más hasta no ver el espacio limpio, una obsesión que apareció con la pandemia. De pasada, dejé el celular cargando en la mesada. Mientras el agua caliente, pongo cáscara de naranja junto con la yerba mate y un sobre de edulcorante. Lo pruebo caliente y ahí lo dejo, que me espere. Abro las ventanas para que, entre el aire fresco, estiro la alfombra en el borde del balcón (casi como queriendo poner los pies fuera), me coloco los auriculares y ahora sí, todo listo para empezar a meditar.    
Comienza el audio y trato de concentrarme, pero inevitablemente a los … ¿Qué serán? ¿dos minutos? … o menos tal vez, pero ya estoy intentando controlar los miles de pensamientos que empiezan a llegar. La respiración de la meditación de hoy es por la boca y me transporta al fondo del mar, cuando buceaba. Se parecen mucho ambas experiencias: la necesidad de estar viviendo el momento, por lo tienes frente a tus ojos que es un mundo nuevo y la concentración que requieres en cuando a que tu vida depende de una controlada respiración por la boca. También hay que vigilar la posición de tu cuerpo para mantener la flotabilidad. Parece fácil cuando lo ves desde afuera, pero hacerlo es todo un desafío físico y mental. Las inmersiones duran muy poco, al igual que estas meditaciones de principiante que estoy haciendo. Al terminar la sensación es como de haber hecho horas y horas de ejercicio.
Muchas veces me propuse comenzar una cuarentena de meditación. Pero no tenía éxito. Ahora siento que me está dando resultados y creo que tiene que ver con que entendí que no voy a poner mi mente en blanco. No voy a cerrar los ojos, comenzar a decir ohmmmmm y sanar enseguida todos mis problemas. No voy a descansar de planear y pensar. Definitivamente no puedo, al menos por ahora. Me motivó lo que dijo el guía en uno de los audios: “muchos pensamientos vendrán a ti y con el tiempo los aprenderás a administrar. Recuerda que no necesitas hacer nada al respecto, así como llegan, intenta dejar que se vayan. Los observas, pero no participas”. Aunque no logro dejarlos ir, otra vez me transporto al buceo…
Recuerdo cuánto me costó al principio. Confrontar el miedo. Los mareos después de salir en barco. La sensación de encierro. Cada inmersión hay que vivirla como un proceso. Prepararse desde la noche anterior, estudiar el espacio, conocer a tus compañeros. Seguir las órdenes del guía y una vez en el agua, bajar muy despacio controlando los cambios de presión para que no afecten los oídos. Al inicio, pensar en respirar por la boca hasta que luego sale natural. Hacer movimientos suaves, evitar patalear para no levantar arena o polvo. Escuchar y ver a tu alrededor, la visibilidad no es mucho allí abajo. Evitar quedarte solo, no entrar en desesperación. No perderte entre tus burbujas. En fin, muchas cosas nuevas que manejar al mismo tiempo. Una vez estabilizado todo eso, ahora sí, solo es disfrutar de ese espacio y descubrir otros colores y sensaciones. Lo que más me gusta es que en ese momento bajo el agua, no existe el afuera, no hay tiempo o espacio para pensar en otra cosa. Cuando ya te estas acostumbrando, llega la orden de regresar a la superficie.
La voz del audio me regresa al hoy, me invita a sentir la posición de las manos y me regresa mi vista interior al entrecejo. ¿cómo puede ser que no pueda quedarme quieta en esta posición sin pensar en nada más? Cuando ya me estaba acomodando de nuevo, el audio termina. Hoy mi cuerpo esta doblemente cansada, medité buceando. Me siento cansada, pero aliviada a la vez. Abro los ojos y veo en mi mesa mi mate que me espera para continuar mi ritual mañanero. Sonrío, ¡es domingo!

28 de Junio de 2020 – Sao Paulo, Brasil

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