MOMENTO DE CONTRADICCIONES - Roberto Saint Martin

Por una parte quisiera ya salir de la cuarentena que ya más que 40, serán quizá 80 ó 100 días.

Le tengo miedo. 
Se presentó de improvisto aunque avisando con cierta antelación. 
La ignorábamos ingenuos, aquí seguro no llovería; Se deslizó un telón invisible que ahora nos tiene en este sueño, que es real, pero a la vez inimaginable. 

Hace ya semanas que no veo a mi madre, que los gimnasios, los restaurantes y los bares permanecen vacíos; ya es un mes de que todos abandonamos la certidumbre de la rutina. Las cuentas de banco se van vaciando en las empresas, los trabajadores virtuales y los presenciales van perdiendo sus trabajos. 
El abismo nos va succionando en pequeños espasmos, la realidad se reinventa en las noticias de las 7am y de las 7pm en intervalos de 4 días.

Nos urge salir de esta contingencia cuyas manos van poco a poco angostando nuestra garganta y sin embargo, al mismo tiempo, algo dentro de mí me hace temer que termine demasiado pronto. 
60 días más pueden ser insuficientes.

Observo la inmensa diferencia con la que unos con respecto a los otros enfrentamos esta crisis. La situación sin fin me obliga a cuestionarme y re-cuestionarme. 
¿Cómo pretendemos avanzar con ferocidad en un país y en un mundo, donde más de la mitad no tiene el privilegio que tú y yo poseímos? Una enorme mayoría no puede trabajar desde casa porque esto implica acceso a una economía digital en la que tantos países, y sectores dentro de ellos, están excluidos salvo como consumidores. Un sistema mundial y nacional en el que la salud y la educación de calidad, inclusive la justicia, están disponibles solo para el que pueda invertir en ellos. 
Nuestros ríos, nuestros bosques y nuestros mares, la vida de la flora o de la fauna tienen un nulo valor frente a los rascacielos y las armas. 
¿De qué nos sirve tener leyes o clases de ética cuando en el día a día, la autoridad de nuestro ministerio público se remite al papeleo burocrático e ineficiente de un porcentaje ínfimo de casos y sólo observa lo que subraya el poder económico o político de los aventajados? 
Por un lado nos sentimos tan modernos, tan del siglo del desarrollo tecnológico, donde nuestros robots con inteligencia artificial pronto tocarán Marte o podrán reparar nuestra genética. Pero por el otro, seguimos venerando las ideas del derecho monárquico y colonial donde pagamos rentas y damos privilegios a los terratenientes y nobles, minoría única de cada sociedad. 
El colonialismo de los países y culturas se expande y potencia día con día.

Esta crisis nos ha revelado nuevamente, el absurdo en el que estamos inmersos. 
Los privilegiados y todos los demás, estamos tan absortos en nuestra cotidianidad de Monopoly, Risk, Poker o Turista, que al apagarse de golpe la música deberíamos todos observar que ni todos estábamos jugando, ni todos nos divertíamos y más allá de todo esto, tenemos que replantearnos cómo hacer un juego mejor.

Contrario a mi beneficio más inmediato, estoy convencido de que deben aumentarnos los impuestos a todos; a las empresas, a los que más ganamos, a los que aún muchísimo más ganan; a las empresas internacionales de las que tememos tanto su abandono a otro país cordero. 
Ojalá lográramos gobiernos fuertes, severos, valientes pero también amables. 

Tantos sueños que tengo de que algún día, quizá a finales de los 20 o los 30, tenga oportunidad de caminar por alguno de nuestros ríos hoy entubados en la Ciudad de México. De que podamos un día revivir su cauce y podamos tener pasto sobre el que acostarnos en sus orillas y compartir un queso Oaxaca con agua de Jamaica o de limón. 
Qué ganas de que el agua de nuestros ríos a lo largo del país, no sean puro drenaje, mierda o desechos tóxicos, y que pudiéramos exigir que el agua de uso urbano o de las fábricas, se trate y devuelva a la tierra. Que pudiéramos generar desarrollo para tantos que hoy abandonados de las últimas 5 décadas, viven de la explotación de la naturaleza, de la explotación de sus cuerpos o de mano de obra, sin tener otras opciones.
Imaginar una UNAM, un TEC de Monterrey, un ITAM y un Poli donde haya cuotas de raza, género y origen económico. Donde los vecindarios de nuestras ciudades tengan espacios de vivienda de todos los quintiles económicos. 
 
El portavoz de gobierno avisó apenas que la cuarentena se expandirá otros 30 días. Hay quienes hablan de que podrían ser más; hay temores inclusive de una nueva oleada en octubre y tantos que hablan de que los efectos duren hasta el 2022 ó 2024. 
Una parte de mí teme porque no sé si lograré que mi empresa, que en estos días cumple 14 años, sobreviva. Me da terror el reto en el que me encontraré de perder la seguridad y privilegio que su continuidad me ha otorgado. 
En contraposición, no es improbable que una vez que acabe la pandemia, la rutina se apodere de nosotros y olvidemos en un trimestre la insensatez que hoy veo todos los días de cuarentena, más palpable que nunca. 

Quizá es tiempo de acuchillar a la vaca que nos mantiene alimentados y tranquilos para enfrentar nuevos desafíos.

¿A qué temer más? ¿Al cambio o a mantenernos en el mismo rumbo en el que hoy estamos? 

Comentarios

  1. Coincido contigo en muchas de las preocupaciones que planteas. Creo que el ocuparse en contemplar esos escenarios posibles es una poderosa semilla de cambio. En lo que tendremos que ocuparnos es en compartirla, transplantarla en quienes de momento tienen otras urgencias. Tal vez ese cambio temible, pero posible, sea cosa de que nosotros actuemos.

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