La Casa Iluminada - Anel Ávila

 


Recorro a grandes zancadas la calle de Tamaulipas. La cita es aquí en Parral, subo a un elevador que no tiene la menor prisa, toco el timbre, de la puerta enrejada cuelga un letrero: Aquí se respeta a la mujer.

         Entro como cada lunes, siento la calidez de la hiedra que abandonó el balcón e invade libre el comedor de la casa, integrándose a los muebles y a los objetos. Hay un ficus en el interior, de donde cuelga una pequeña foto de Rosa en un globo aerostático y un moño hermoso que yo le regalé. La casa esta poseída por libros y música, junto con la hiedra y un imprescindible gato. Las palabras se han apropiado de los muros, poemas que entran por los ojos y por la piel con una bella caligrafía.

Las mesas están dispuestas con manteles bordados. Julito, el muchacho que ayuda a Rosa, ya recibió un panqué, ya puso en un platón unas galletas y ahora recibe una gelatina de fresa que parte con una palita de plata.




La ecléctica casa se ilumina y espera… Iremos llegando una a una y tomaremos nuestro sitio, como desde hace más de quince años. Seremos diez o doce.

Platicamos en forma discreta, mientras aguardamos.

A las siete en punto apareces: tus ojos de niña echan chispitas blancas, tu cabellera, tu vestimenta original siempre muestra un toque elegante. Pero lo que todas buscamos, es tu sonrisa.

¿Qué nos tendrás preparado para hoy?, pensamos en un texto de Amos Oz, un poema de Olivares Baró o unas imágenes acompañadas de la pasión que te despiertan.

Del río de tus libreros sacas las joyas seleccionadas junto con el espíritu de los acontecimientos de la semana y los presentas.

Te muestras, te abres. Diez minutos para escribir. ¡Ya! Paren. Nos dices con tus ojos brujos. Inicia la lectura y después los comentarios. La Rosa se multiplica, se sueltan pétalos distintos. Harás observaciones precisas a cada texto, siempre desde la voz del alumno, con respeto y con cariño.

Ahora la fiesta se completa con los platos y el té que de puntitas cruzan la mesa para no interrumpir a la compañera que comparte su trabajo de autobiografía, y que cada clase llevará su avance hasta concluir.

La sesión se cierra en punto de las nueve, los brillos se apagan, se dan recados, saludos, se hacen pagos. Julito empieza a recoger. Bajamos las escaleras del departamento cada una con algún incendio interior.

Vamos al restaurant de la esquina en donde pedimos un tequilita y una tostada de ceviche. Rosa se nos unirá como una más. Y así un lunes y otro también, durante años, seguimos en una convivencia alegre.

Camino a mi casa sobre Tamaulipas, acomodo los sentimientos y pienso en esta familia nacida de la palabra que tanto cobijo nos ha brindado durante terremotos y pandemias. Ahí, donde Rosa, fuerte libre, infantil, femenina se ha propuesto rescatar la voz del alma de cada uno de sus alumnos, así como rescató su voz amordazada en el cautiverio.






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