Cuando el instante es una eternidad - Marichoni

 

Reloj derretido. Salvador Dalí

   ¿Cuántos instantes se habrán convertido en eternidad?

 Esa relación de tiempo que para otros puede ser un instante, que se puede contar mirando el reloj para alguno, cuando cambia la vida, se transforma en una eternidad.

¿Cuántos habrá habido a través del tiempo que se hayan convertido en eternidad? Infinidad, no sé, los imagino incontables, indefinidos, incalculables.

    Pero si alguien me hace la pregunta ¿qué instantes se convirtieron en eternidad?  Diría: los que me cambiaron el rumbo, los que plantearon lo desigual…

  El instante en que me convertí en mamá se transformó en eternidad, ya lo soy para siempre y mi siempre es la eternidad. Ese día adquirí el verdadero sentido de la palabra siempre. Ni de día ni de noche, ni en época de trabajo ni en vacaciones, dejaría de serlo, así descubrí la eternidad.

    Otro momento concreto que transformó el instante en eternidad fue cuando me supe abuela para siempre; ya no eran esos seres a los que voluntariamente había ofrecido la oportunidad de vivir, ahora eran otros niños que, a cualquier distancia y en cualquier espacio, en sí mismos, llevarían algo de mí y lo comunicarían quién sabe cómo, quién sabe en dónde, quién sabe a quién, pero lo harían y así vi que me extendía sin proponérmelo, hasta desaparecer en la eternidad.

    Cuando un cinco de enero me vi en la orfandad, nuevamente ese instante se convirtió en eternidad, en el nunca jamás, no habría otra oportunidad en la realidad, tendría que descubrirla en la fe, en el recuerdo, en la imaginación, en el no sé qué, la verdad es que solo quedaba la eternidad.

    Otro cinco de enero, cuando recordaba que veintinueve años antes, mi madre había terminado su tiempo trasladándose a la eternidad, llegué a mi casa y, en un instante de sorpresa, me di cuenta del robo impresionante que alguien había perpetrado, un alguien a quien nunca le vería el rostro pero que había entrado a mi terreno, al absolutamente personal, al lugar en el que creía que se hallaba mi zona de seguridad, llevándose todos mis tesoros, esos objetos con alma que contaban la historia de mis mayores y que ellos me habían dejado en resguardo. Ese instante se convirtió en eternidad, nunca más los volvería a tener, jamás volverían a estar conmigo ni con mis descendientes. De esa manera volví a vivir el nunca jamás.

    Ese nuevo instante me revaloró el significado de las palabras: siempre, nunca, jamás. Ahora adquirían su verdadero y trascendente sentido: la eternidad.

    Lo que ha existido antes sin que me afecte y lo que existirá después, sin relevancia para mí, ni es un instante ni será para mí una eternidad.

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