Álbumes Familiares - Esther Solano
Hojeo
álbumes familiares en la biblioteca de la casa de mis Padres. Encuentro
contadas fotografías de ellos cuando niños, por el contrario, abundan fotografías
en blanco y negro de su boda, muy concurrida, porque eran apreciados por la
comunidad. Mi Mamá vestida de novia, mi Papá elegante, en un traje oscuro,
ambos sonríen, su júbilo se desborda, los límites de la imagen son incapaces de
contenerlo.
Esa
pareja de recién casados aparece del brazo de muchas personas que desconozco,
sin embargo, logro reconocer a mi abuela, mis tías, mi prima. Hace más de
cincuenta años de aquel evento.
En
un arrebato de afortunada locura mi Padre compró una cámara y equipo para
revelar. El baño se convertía en su cuarto oscuro, las tinas con químicos
permitieron capturar momentos que el día de hoy serían apenas una sombra. Quizás
no los recordaría en absoluto. Felizmente, de mi primera infancia hay muchas imágenes
que documentan la vida cotidiana: los espacios, las mascotas, los vehículos,
los uniformes escolares y los salones de clases.
Así,
al ver esas fotografías, conecto esas imágenes con otras que están fuera del cuadro
impreso, mi cerebro las complementa con movimiento, aromas, el ritmo y el
sonido de las voces de las personas que son mi familia: intactas, ajenas a los
estragos del tiempo.
Veo
a mi Madre en sus treintas, llena de energía, su sonrisa única ilumina su
rostro, sus piernas lucen debajo de una minifalda cortísima. Mi padre joven y
atlético, concentrado en la carrera que ha de hacer. Mi Abuela pequeña pero
fuerte como un pilar.
Las fotografías me los regalan: presentes, a salvo de fragilidad de la vida, de la vejez, de su evidencia ineludible en la piel y sus articulaciones.
Doy
gracias por ese poder inmenso conjurado por la luz, el papel y los recuerdos.
Doy vuelta a la hoja y continúo ese nostálgico paseo por el tiempo y el
espacio.
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