Yo me llamo... - Elena Elizabeth Cortés Arenas

 

Murales de Diego Rivera en la Secretaría de Educación Pública


El derecho a la identidad permite que niñas y niños

 tengan un nombre y una nacionalidad desde su nacimiento.

 Y el derecho a cambiarlo si el nombre te expone

 a circunstancias peyorativas o al ridículo.

 

-Tengo miedo, quiero estar atrás, no quiero que me vean, quiero ser invisible, pensaba la niña.

La maestra se acercó a ella, después de dar instrucciones al grupo, dibujar y colorear en silencio. Ella se había sentado tímidamente en la última banca.

Era su primer día de clase, apretaba con ambas manos su mochila, su uniforme lucía bien planchado y su frente y mejillas brillaban con el sudor de su rostro. Su cabello lucia aplacado por las gotas de limón, ese día su mamá la peinó con dos colas de caballo,  el pelo restirado le rasgaban ligeramente los ojos, parecían ojales inundados, de nuevo estaban a punto de desbordarse.

La maestra María de la Luz, era realmente una luz recién llegada de la ciudad, tenía poco de haberse graduado como maestra, le asignaron su plaza en uno de los pueblos al oriente de la ciudad, no hubo problema ella se dirigía a muy contenta a su trabajo, recorría toda la ciudad. Al principio el carro elegante de su padre llegaba a dejarla a la primaría, todos miraban con asombro tal lujo. En el pueblo no es de verse esos autos y menos a una maestra tan linda y elegantemente vestida, “hasta se parece a las artistas que salen en la televisión”, se oían en los comentarios de las madres que llevaban a sus hijos a la escuela.

En ese tiempo no había escuelas de preescolar en el pueblo, la niña acudía por primera vez a la escuela, por primera vez se alejaba de su mamá, de sus hermanos, de su hogar. Lo primero que hizo fue aferrarse a los barrotes del zaguán de la escuela, las maestras la invitaban a pasar a su salón, no quería soltarse y gritaba a su mamá que no quería estar ahí, que se la llevara, que tenía miedo.

La mamá la persigno y le dijo al oído que ahí iba a tener a muchas amiguitas y aprendería a escribir su nombre

-¿Mi nombre? No quiero escribir mi nombre, no quiero que sepan mi nombre. –dijo la niña.

 Su madre se alejó después de acariciar su rostro y besarla en la mejilla. – Voy a preparar gelatinas con nuez para cuando regreses, dio la vuelta y camino rápidamente antes de que la pequeña notara que también ella lloraba.

El director llamó a la maestra María de la Luz para que llevara a la niña a su salón, al entrar la niña miro la amplitud del salón, que grande  y alto, sintió miedo y busco con la mirada las ventanas como buscando libertad. La maestra la invito a sentarse, ella escogió las últimas bancas. No se atrevía a dejar la mochila debajo de la mesa y a  responder el saludo de bienvenida con que la maestra recibió al grupo, tampoco alzo la vista mientras la maestra con una sonrisa se presentaba.

-A veces un ángel está cerca de tí en momentos difíciles y cuando tengas miedo, recordó las palabras de su abuela. Así paso aquella mañana, la maestra veía el miedo en rostro de la niña, se acercó a ella, los niños y niñas ya empezaban a sacar sus colores para estrenarlos, no dudaban en elegir el color de su preferencia.

Salieron al patio, se sentaron y suavemente la maestra le dijo que se veía muy linda con sus dos coletas con moños.

 – ¿Cómo te llamas?- le preguntó. La niña no contestaba, apretaba los labios atrapando las palabras para que no salieran, bajaba la mirada. Después de varios intentos por entablar la charla, volvió a preguntar:

- ¿Cómo te dicen en casa?, es bueno que te llame por tu nombre.

Por fin la niña contestó secamente: -No me gusta mi nombre. La maestra volvió a preguntar: - ¿Por qué no te gusta tu nombre?

-Oí que cuando nací no tenía nombre, no habían pensado en mi nombre, por mucho tiempo no tenía nombre, dice mi mamá que me llamaban nena, hasta que mi papá decidió ponerme como mi abuelita, ese nombre es de ella, no es el mío. Contestó la niña enojada

La maestra la miro con los rayos del sol en rostro, llena de ternura y le pregunto:

-¿Cómo te quieres llamar? La naturaleza tiene nombres preciosos: Luna, rosa, margarita, estrella, o el nombre que tu elijas. Los ojos de la niña se encendieron, inmediatamente eligió:

-Quiero llamarme Estrella- recordó de inmediato esos puntos luminosos que desde más pequeña le atraían y eran tan misterioso para ella que en medio de la obscuridad se asomaran cada noche.

Entraron de la mano al salón, la maestra la llevo al frente del grupo y dijo con voz pausada:

-Les presento a Estrellita, ella está muy contenta de estar en nuestro grupo. La niña sintió que brillaba, con su luz había acabado con el miedo. Al otro día Estrellita, llegó a la escuela decidida y segura de la mano de mamá a quien aviso de su nuevo nombre.

 Muchos años después, Estrella leyó que podría cambiar su nombre por el que libremente ella eligió. Estrella ahora brillaba con más intensidad, caminando a la escuela rural donde era maestra.

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