Las traigo muertas - Esther Solano
Soy
Mauricio de nombre, Garcés de apellido. Cazador infalible, todas caen
redonditas. Ninguna escapa a mis afanes, a la precisión de mis afeites.
El
fiel espejo me lo dice. Lo veo en su reflejo: mi corbata de seda y mi bigote
perfectamente recortado.
Ninguna
puede evadir el acecho de mis palabras. La música de mis elogios las atreae
irremediablemente, como la melodía que mana de la flauta de Hamelín.
Ya
las veo, en una mesa cercana, son dos jóvenes, carne fresca. Ríen y cuchichean.
Me admiran, me desean. Levanto mi copa, brindo al aire, sonríen. Infalible
señal.
Me
levanto, camino hacia ellas, paso firme,
Sus
sonrisas se hacen más francas, escucho los cascabeles de sus risas sonar. Las
imagino desnudas en mi cama. Anticipo la calidez de sus cuerpos.
-
Buenas noches Señoritas
Sueltan
la carcajada
-
¡Ay, Don Mauricio! ¡Qué viejo está! ¡Pudiera
ser nuestro abuelo! ¡Está usted en edad de alimentar palomas, no de cazarlas!
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