Irse, aunque sea una vez - Maripaz Silva
En los últimos años setenta y los medieros ochenta, las diversas formas como se podía percibir el aire de los tiempos, permeaban muchas de las manifestaciones culturales y artísticas. Uno de los efectos más notorios y virtuosos, para mí, fue el de la colectivización de la creación en las artes visuales y su valiente salida a las calles, en una declaración de independencia genuina ante la mercantilización voraz personificada por galerías y “dealers freelancers”.
Jóvenes
y entusiastas pequeñas hordas de artistas, unos orientados a la imagen, otros a
la palabra, y otros más a formas que integraban otros medios como el
“Happening” y la “Performance”, alternaban su esfuerzo de producción
individual, con la creación y concreción de obras en colectivo. La autoría
nominal se diluía, o mejor, se emulsionaba y adquiría una densidad nueva en
cuanto obra grupal. El contenido, más
que la forma, era el núcleo mismo de la creación, y de manera definitiva, la
participación activa del espectador completaba la propuesta. Provocar la
irritación social era un ingrediente indispensable
El
llamado era básicamente a cuestionar todo, pero lo más importante, era la
confrontación que no dejaba otro remedio, que cuestionarse a sí mismo.
“¡Irse,
irse, aunque sea una vez!”. Era una de
las provocaciones que Magali Lara, según ella misma me hace recordar, plasmó
con su inconfundible trazo sobre un muro.
Como
dije antes, la intención de estas piezas era que el espectador completara su
sentido. Y en este México nuestro, donde el albur y el doble sentido señorean
sin tregua, el texto fue vandalizado y transformado en “¡(ven) irse, (ven)
irse, aunque sea una vez!”, que lo convirtió en un reclamo desesperado y nada
más que legítimo, ante una existencia desolada.
Pero
volviendo al texto original de Magali: No tanto la inquietud por saber y vivir
lo que estaba allá, en otro lugar que no necesariamente sabíamos a qué
distancia estaba, ni qué realmente tendría para ofrecer, ni qué diablos iríamos
a hacer concretamente, lo que en resumidas cuentas sólo era un ejercicio de
imaginación, a lo que la artista nos conminaba era a incomodarnos con la
inmovilidad, con la ilusión de seguridad que nos da lo que creemos conocer. Lo
que se iría a buscar no era lo que estaba en otro lado, sino lo de adentro, lo
que nos acompañaría a donde quiera que la vida nos llevara: Lo que somos, para
bien o para mal.
En
mi familia, y entre mis amigos, hay muchísimas personas que un día se fueron
para instalarse en otro lugar. Los motivos, los medios, los propósitos y los
saldos son muy variados. No me refiero a los que viajan (ojalá ahora mismo
ninguno de mis quereres ande viajando), sino a los que trasladaron su vida a un
sitio diferente del de su arranque en la vida.
“¿A
dónde vas, que más valgas?”. Es la pregunta teñida de preocupación y a veces de
censura, que muchos escuchamos de nuestras madres al salir de casa para hacer
algo que no estaba debidamente certificado como correcto. Pero el contenido
profundo de la pregunta, el que no atinamos a entender sino mucho después es:
“¿Serás mejor en otro lugar de lo que eres aquí?”, y para los que se fueron
hace tiempo y su “allá” se convirtió en un nuevo “aquí” y que ya tienen
(tenemos) la vida armada al modo de donde llegamos, en estos días en que
quedarnos o irnos no es una opción voluntaria, la pregunta que no debemos
eludir es “¿Habría sido mejor de lo que soy si me hubiera quedado?”, o su
variante: “¿Soy mejor de lo que habría sido si no me hubiera movido de donde
estaba?” Parece lo mismo, pero no es
igual.
Movernos,
en estos días, no es opción; ya lo dije. Me solidarizo con quienes quisieran
estar en otro sitio, ya fuese sólo porque lo añoran, o porque irse era un plan
que quedó truncado por la pandemia. La inquietud por lo que, o por quienes
están allá, en ese otro lugar en el que quisieran estar, puede ser un tormento
insoportable. La vida hoy por hoy nos exige muchas formas de valentía y paciencia.
Todos compartimos en distinto grado una sensación de despojo y desvalimiento.
Con
un abrazo solidario, con un propósito genuino de comprender y acompañar a
quienes quisieran en estos días irse, pero no pueden, piénsense así:
“Aquí, donde estoy,
soy.
Que
valga”
Para
Bárbara y John, con mucho cariño.
Irse o quedarse, siempre la pregunta de si estamos haciendo lo correcto, pero como bien dices "Donde estoy, que valga". Gracias por este texto.
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