Dime con quien conversas - Maripaz Silva

 


Rochester es un lugar en el que nunca estuve. Pero “Rochester” es también el modo en que fue cambiando hasta quedarse, el nombre con que algunos nos referimos a Rosa Esther: “Roche”, “Roches”, “Rochester”. Me arrogo la autoría del rebautizo, aunque es posible que no haya sido así. No importa. Lo que importa es que ojalá todos tuvieran su “Rochester”, es decir, una amiga, compañera de la vida, como mi Rochester.

 

Ya puse el pie sobre arenas movedizas, porque tengo otras amigas (y amigos) entrañables, imprescindibles, y no quiero lastimar a nadie porque parezca que tengo preferencias. Pero mencionar a Rochester me permite entrar a lo que hoy quiero decir: Hay amigas que son invaluables porque no dan tregua. Porque la clase de respaldo que una puede esperar en medio de la peor tormenta, no será una taza de té con galletitas, sino un round de Tae-Kwon-Do espiritual, que te saca de tu esquina y te regresa a la batalla. Amigas que no te permiten hacerte mensa.

 

“Dime con quien andas y te diré quién eres” es la advertencia que alguna vez nos han recetado para indicar que alguien no nos conviene como amigo, socio, novio. Pero para mí, hoy, mejor de esta manera: “Dime quién anda contigo y te diré quién eres”. 

 

Lo que quiero decir es que, ya que andamos sentenciosos, es cierto que “yo soy yo”, pero no sin el añadido con que definitivamente Ortega y Gasset nos selló la identidad: “Yo soy yo… y mis circunstancias”. Pido disculpas por la grosería de poner a las personas en la categoría de “circunstancia”, pero me atengo a la tercera acepción que la RAE otorga a esta palabra: “Conjunto de lo que está en torno a alguien; el mundo en cuanto mundo de alguien”. 

 

Y entonces sí, las personas que nos rodean son parte de nuestras circunstancias, pero tratando de ser justa, al menos debo distinguir tres grupos: Las personas que nos rodean sin que su presencia haya sido decisión nuestra (las que nos tocaron). Las personas con las que nos hacemos acompañar (las que elegimos y vamos a buscar). Las que van y vienen, y que no importa cuánto tarden en regresar, sabemos que están y siempre son bienvenidas (Con las que vamos trazando el mapa de nuestra vida).

 

Estar encerrados estos días nos hace sentir carencias, aunque tengamos todo. Veo azorada en las noticias las imágenes de gente peleando ferozmente por un paquete de papel higiénico o una caja de cereal en un supermercado. Escucho exaltadas quejas de quien tuvo que cancelar una reservación para sus vacaciones, o un para un espectáculo. No nos damos cuenta que de hecho, poder quedarnos resguardados en casa es un privilegio. Para algunos, muchos, que viven al día, infectarse con el virus es la menor de sus preocupaciones. Llevar comida a la casa, sólo es posible, si se sale a hacer lo que sea que se haga para ganarse el pan.

 

Para mí, la verdadera carencia son mis amigos. Soy platicona y tocona, así que los sucedáneos que nos ofrecen los medios de comunicación no me alcanzan. Sobre todo, me hace falta algo que he hecho los últimos años: cocinar para otros y disfrutar de la conversación que surge en torno a la mesa. Nada como una buena plática. No la chacota insulsa que para sostenerse necesita del alcohol.

 

Me hace falta la conversación que nos lleva a tocarnos con los ojos, con los oídos, con las entendederas. La que nos deja ecos para saborear cuando todos se han ido, la que nos deja con preguntas para la siguiente ocasión. La que nos hace ir a buscar algo. La que rompe las paredes y nos hace mirar para afuera. La que nos dice de los demás pero, sobre todo, la que nos dice qué clase de personas somos. 

 

Regreso a donde comencé, pero con una variante: “Dime con quién conversas y te diré quién eres”.

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