Viajera que vas - Marichoni
Viajar es completar
la imagen del mundo.
Salir de mi lugar significa moverme, descubrir, encontrar, palpar y comprobar. No soy muy aventurera, pero sin proponérmelo, impulsé la aventura en mis hijos.
Desde los relatos de cuentos que hablaban
de lugares lejanos, de historias en cualquier lugar imaginable, creo que fui
sembrando un deseo de abrir el horizonte a lo desconocido en esos niños que, al
hacerse hombres y mujeres libres para elegir. Se fueron separando poco a poco
de los sitios acostumbrados, de sus lugares conocidos, de los espacios ya
recorridos y partieron. Unos primero, otros después. Pero todos escogieron
soltar amarras y probarse, para comprobarse.
Cuando caí en cuenta que la nueva realidad
me exigía ampliar el horizonte sin haberlo planeado: me convertí en ave viajera.
Al igual que ellas, con destinos previstos. Lo primero que me proponía era ir
al encuentro de aquellos que, un día de aventura, me dijeron adiós, aunque
fuera sólo por un rato, porque una vez establecidos, me esperaban para juntos
recorrer los lugares que iban descifrando y a los que le iban dando un nuevo
significado.
Así aprendí a viajar, empacando lo que
podía cargar, lo indispensable: una muda de ropa para lavar, una muda de ropa
para usar… al menos esa era mi intención.
Pero muy en el fondo otro aspecto me movía:
llevar la maleta un poco vacía para llenarla con cualquier objeto que se me
atravesara en el camino y el que, sin poder resistirme, iba a llenar los huecos
que, en apariencia, había en mi maleta.
Cuando integré a mi realidad algunos
lugares en especial, porque se convirtieron en la cuna de la nueva generación,
en mi equipaje había que hacerle lugar al regalo que llevaba y que servía para
recordarles que México tenía que seguir vivo en su corazón.
Así, me convertí en especialista para meter
a escondidas…
-Tráeme sopecitos del mercado y los tlacoyos
que tanto extraño, cómprame cacahuates salados y enchilados, aquí no los
consigo, si puedes, tráeme unos chiles pasilla para hacer la salsa, tortillas
para quesadillas, ¡ah! Y un poco de papel picado, también voy a hacer una
posada, compra una piñata, aquí te la pago.
¡Caramba!
Y a mí que me gusta viajar ligera de equipaje. Ni modo, a cargar lo que hay que
cargar, porque lo importante de mi viaje es recuperar la presencia real de esos
amores que un día me dijeron adiós, aunque fuera por un rato.
Ahora, como ave viajera, tengo que empacar
y dejar mi terruño contando las horas para llegar y abrazarlos.
Sin embargo y realmente, esto no es todo,
también, a partir de viajar conozco y descubro lo que ellos me han invitado a
mirar. Compro lo típico y, con ello, vuelvo a llenar la maleta que vacié al
entregar los encargos.
Ni modo ¡otra vez a cargar! pero con gran
alegría. Cuando llego de regreso ¡a desempacar!
todos los recuerdos que me hablan no sólo de los lugares que recorrí, sino del
rostro de los amores que dejé a lo lejos.
Yo hice a mi Madre llevar una docena de "conchas de vainilla". Para mi ese pan sabe a México y huele a casa. Gracias por evocar esos recuerdos y ser una viajera.
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