Mi Bandera Negra - Salvador Carrillo

 


Hoy ondea mi bandera negra con la insignia de muerte, sin embargo, juro que he de amar a la vida hasta que la muerte me separe de ella.

Reflexiono sobre la preparación para enfrentamos al último día de nuestro efímero paso por la tierra. A las bondades que tenemos de ser mortales y al precepto de amar para siempre hasta que la muerte nos separe.

No hubo necesidad de pensar mucho, de repente me vi, como ha sucedido otras veces, recorriendo los pasillos de la Clínica de Oncología de la Ciudad de México en el IMSS, en donde fui atendido y operado de cáncer.

Mientras me hacían una cirugía que duró casi catorce horas, Rebeca, mi esposa y, Rebeca, mi hija, dolidas, con mucho miedo, con incertidumbre total por la espera del resultado. Nunca se me hubiera ocurrido pensar en eso, estaba muy ocupado en mí.

Solo escuchar la palabra cáncer, nos estremece. Sin embargo, lo recuerdo con nostalgia. Me preguntan que cómo puedo sentir nostalgia por un lugar así, es porque siempre supe que allí estaba mi refugio. Estaba la oportunidad para seguir vivo. Siempre presentes las salas de espera atiborradas de gente yendo y viniendo: algunas con sus caras de piel amarillenta y terrosa con la mirada perdida, otras con la esperanza reflejada en sus rostros. Todas haciendo fila, esperando el turno para ser atendidas, entre ellas: mis pensamientos y yo. Queriendo atrapar cada mirada, cada mueca de dolor o de alegría, cada sonrisa, aunque sea leve y esté disfrazada.

Curiosamente tengo en mis manos el libro Siempre Susan. He viajado en mi mente hasta el hospital en donde Susan Santog, la inmortal Susan, se enfrentó igual que yo a una enfermedad nombrada por Siddhartha Mukherjee como El Emperador de todos los Males. Ella misma la llama: enfermedad Imperial.

Queremos vencerla, no importa a qué precio. Hiere lo más profundo del ego, rompe con la vanidad, con nuestras tradiciones y costumbres. Haremos lo que sea con tal de vivir hasta que un buen día sin saber ni cómo, nos damos cuenta de que el enemigo es demasiado poderoso, que existen otras alternativas de vida.

Nos damos cuenta de que somos finitos y vulnerables. Nuestro imperio se derrumba, nos aferramos a él y a sus bondades, sin embargo, es tiempo de visitar otros espacios, no más vanidades, ni berrinches, ni caprichos, es que no hemos amado lo suficiente. Perdimos mucho tiempo en nosotros mismos sin pensar en lo que sienten quienes están cerca de nosotros ¿Qué tal si comenzamos con ser agradecidos? Para después vernos en el espejo y observar el rostro de la valentía. Aceptar que hemos vivido, que también hemos de morir.

Entonces podremos hacer planes cortos, disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, amar mejor y sin prisas. Seguir viendo a mis pacientes psicológicos, continuar escuchando sus vidas, intentar cada día compartir sus espacios sin invasión. Aceptar que somos vulnerables, perdonar a quienes consideramos nuestros enemigos, y ¿por qué no? Prepararnos para trascender en un cosmos infinito en donde el encuentro debe ser portentoso.

Creo que será como entrar de nuevo un gran sueño para volver a soñar con nuestros orígenes. Me sueño en un gran castillo imperial de la dinastía de Ciro el Grande en la antigua Persia; ya no habrá trifulcas entre soñar y vivir. Nunca más sentiremos esa precariedad que nos acompaña tanto a pobres como a ricos. Volveremos a encontrarnos donde sea necesario. Origen y destino, la gran paradoja de la vida, el sueño gigante de la muerte.

Nacemos y morimos solos, rompemos nuestros vínculos terrenales para vincularnos con la eternidad donde ya no estaremos colgados de nadie. Las risas y el llanto, el gusto y el tacto son ya innecesarios, únicamente nos queda dar, sin ideales ni fantasías.

Es el momento de estar más cercanos y a solas. Todo en uno, la conciencia de la serenidad, decía Kafka, gozar simultáneamente de ambas cosas.

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