Mi relación con Dios - Marichoni

 

Hacer como si todo

dependiera de mí.

Vivir como si todo

dependiera de Dios

 

    Quiero hablar de mi relación con Dios como si hablara de mi relación con cualquier persona, es decir, hablar de cómo la he vivido.

    Crecí en un mundo familiar inmerso en una fe, en una Iglesia, con una práctica que llenó el alma a mis mayores.

    Durante toda mi vida me he mantenido como una practicante de las costumbres que me ponían en contacto con otras personas, esa práctica me hacía salir de mí para ir a otros, escuchar mensajes que me comprometían a hacer mejor las cosas. Con el tiempo descubrí que esa era la premisa de la fe heredada y me llevó a elegirla por propia voluntad. Consistía en todo un programa de vida.

    Mi abuela paterna, tan amada, y mi adorada madre, vivieron, a su tiempo, la pérdida de un hijo y, recuerdo como contaban, cada una a su estilo, que pudieron asumir ese dolor, a partir de su fe. Les sirvió para centrarse y darle importancia a los amores que les habían quedado: su esposo y sus otros hijos.

    Su simplicidad y sencillez, me motivó a la aceptación y a la tolerancia.

    En mi experiencia, nunca las percibí rechazar a quienes seguían otra fe y, aprendí de su aceptación.

    Recuerdo esas tardes de mayo, cuando mi abuelita nos llevaba al ofrecimiento de flores a la Virgen, su fervor conmovía, lo refiero ahora que tengo la edad que ella tenía en ese entonces.

    El rezo diario del Rosario, por la noche, con mi mamá, me hace imaginarla en la transparencia de esa oración repetida, que a ella le daba paz espiritual y deseaba compartirla con nosotros.

    Mis años en la Acción Católica, en los que recorrí diferentes lugares de la República, me ayudaron a conocer un nivel de entrega de muchas personas que las movía una reflexión sobre textos evangélicos, que invitaban a vivir el compromiso elegido, sin amenazas ni obligaciones, sino como actos de voluntad.

    Mi paso por la escuela de monjas me dejó un agradable sabor de boca, tenía como compañeras de clase a seis religiosas que me mostraron una humanidad parecida a la mía, con alegrías y tristezas, con tareas y diversión.

    En el año 1972, me uní a un grupo que buscaba darle significado a la vida en su relación con Dios.

    Después de casi cincuenta años de buscar juntas, me confirmó en muchas de esas premisas: La ayuda está entre los otros, de una u otra forma, si la doy o yo la pido, porque el programa es ser yo con otros. Dios no es vengativo, no castiga, se expresa con amor. Las consecuencias las recibe uno como resultado de sus decisiones, no del pecado, y eso, a veces, es más que infierno. Por ello hemos buscado encontrarnos con los que nos animamos a vivir en el no infierno.

    Cuando conozco alguna persona que con su vida me edifica, no me importa su creencia, sino su sentido de humanidad, su sensibilidad para abrir un corazón, casi siempre, parecido al mío.

    Hace tiempo descubrí la importancia del ecumenismo en esos puntos de coincidencia que hay entre todos los credos que es la búsqueda del sentido de la vida.

    A mis hijos ofrecí mi fe como un programa de vida. Cada uno ha hecho su propia interpretación y así lo ofrece a sus hijos, yo solo acompaño y respeto como una expresión de mi relación con Dios.

 


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