El Castillo de la Pureza - Aliria Morales
El lugar era como de cuento, al menos para mí, otra de mis hermanas me ve extrañada
- ¿Cómo de cuento? – pregunta -
- Sí – afirmo -
- Exageras
Yo veía hacia atrás y
decía:
- No exagero, así lo veía
La
puerta de pedazos de madera unidas con clavos y maderas atravesadas, te permitía
subir por ellas y escalar hasta llegar a la azotea, muchas veces lo hice, subir
era fácil, bajar imposible; teníamos que esperar a mi Papá, una verdadera
aventura para una niña que siempre traía el vestido roto de la cintura por
tanto jugar, a veces lo traía arrastrando, o metida la falda en el calzón que
su madre le había hecho, como lo hacía para todas sus hijas.
El
castillo de la pureza solo tenía una ventana a la calle, una pequeña ventana
que disfrazaba ese castillo ocultándolo, la ventana era cuadrada como de un metro por uno veinte metros, con uniones
formando cuadrados y rectángulos, donde
solo cabía la cabeza de nosotras que éramos pequeñas. Los vidrios de esa
ventana estaban pintados tenían muchos colores por encima una bella patina,
haciéndola más hermosa, se notaba como pasaba el tiempo. Ahí transcurría la
vida, los sueños las alegrías.
Un
día, me acordé que pronto seria mi cumpleaños y pedí permiso a mi madre de ir
con Cata, la nana de todas, cuando la mandaron al pan. Llegamos a la panadería
y pastelería y mis ojos se llenaron de luz !Ahí estaba, mi pastel de chocolate! Le dije al amable señor:
Él se rio- ¿Me puede guardar ese pastel de chocolate?
- Sí, pero no te tardes
- Sí, me tardaré, mi cumpleaños es la próxima semana.
- Ese pastel ya no estará la próxima semana, pero te haré otro.
- Yo quiero ese
- Está bien
Y
sonriendo, se alejó con el pastel, yo me fui feliz a platicarle a mi madre, le
comenté el precio y ella me respondió:
- Si hay dinero Lilita, te lo compraré.
Llegó
el día, no había clases, era 18 de marzo día de la expropiación petrolera, mi
cumpleaños. Muy temprano le dije a mi madre:
- Voy a ver mi pastel
- Creo que no voy a comprártelo hijita
- Si quieres voy a la tienda, a vender unos cartones de especias, de esas que vende mi Padre: comino, clavo, pimienta, anís …
- No hija, no voy a hacer eso, tu Padre se enojará.
- Entonces, déjame ir con Cata a verlo nada más. Quiero ver mi pastel.
Cómo
recuerdo la cara desencajada de tristeza de mi madre, yo lloraba en un drama
inconsolable, no entendía por qué no me lo podía comprar, y yo terca insistía
déjame ir a verlo.
- Está bien hija ve y no se tarden - le dijo a Cata con su voz triste.
Cuando
llegué a la pastelería me asomé y ahí estaba mi pastel, me esperaba, sabía que
iría por él, el señor me dijo:
- Te lo pongo,
- No, ahorita regreso. Señor, no lo venda, ahorita vengo por él.
Pasé
a dos tiendas y ofrecí las especias que mi papa vendía el señor de la tienda
dijo:
- ¿Tus Papás saben que las estas vendiendo?
- No, pero le diré a mi Mamá, ahora regreso;
Cuando
llegué a casa con Cata, mi Madre ya había mandado a Joel, el niño que trabajaba
de mozo haciendo los mandados en casa. Ya lo había mandado a vender a otra
tienda cercana. Mi Madre me dio los cartones que le pedí y el dinero que me faltaba.
El señor de la tienda fue muy amable, imagino le hacía gracia ver a una niña de
apenas nueve años, hacer todo lo que podía para comprar su pastel. Querían a mi
padre, era hija de don Luis, así el decían.
Compré
el pastel y llegamos a casa, esa fue la tarde más bonita en el castillo de la
pureza, mi madre hizo chocolate, todas reunidas cantábamos felices. Yo dibujaba
princesas con sus bellos vestidos y se los regalaba a mi padre y él siempre
decía:
- ¡Qué hermosas princesas!
Y
con su lápiz rápidamente dibujaba atrás de la princesa un castillo, siempre
diferentes, era un excelente dibujante.
No
imaginaba lo mucho que les costaba a mis padres juntar dinero para todos los
gastos de sus seis hijas y la casa, la economía no era muy buena, comíamos bien,
pero lujos y demás no había.
Ahora
recuerdo a mi Madre y no puedo evitar las lágrimas. Lloro amargamente con un
dolor solo mío, porque no pude entender eso de pequeña. Para mí fue el día más
feliz, comimos pastel de chocolate y chocolate caliente ¡Qué rico es el
chocolate! ¡Cuántas cosas no imaginaba que tenía que hacer mi madre! Ella
sostenía el mundo con sus dos manos, para que mi padre no se enojara, para que
a nosotras no nos faltara ese amor tan generoso que nos daba. Lo sentía grande
como sus dos manos, para que no se nos cayera ese mundo incomprensible, aún, en
ese tiempo.
El
castillo de la pureza era hermoso, porque todos los días veíamos a mis padres y
jugábamos y reíamos siempre: siete, seis, cinco, cuatro, tres y un año
pequeñitas niñas, una escalerita. Con el tiempo, en la escuela, nos nombrarían
siempre como: las famosas Morales, porque todas cantábamos y olíamos a especias,
ese aroma es inolvidable hasta hoy.
De olores y colores era la esencia especial de
los días: de anís, menta y canela, viven en mí, puedo sentirlo.
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Ilustración:
De la autoría de la propia Aliria Morales.
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