SERAFINA - Fabiola Sánchez Palacios

 1900

A los huéspedes de la posada de Trinidad los despertaba el alboroto de los trescientos gallos de pelea que tenía el hospedero. Desde la cima del monte podía observarse el pintoresco pueblo de Los llanos.
Trinidad era uno de los hombres más prósperos de la región, su mayor riqueza consistía en sus gallos y sus hijas. Rafaela su esposa y las jovencitas se dedicaban a la posada y a cuidar los animales de granja mientras él recorría la región para jugar peleas con sus apreciados gallos.
Mónica, la mayor de las hijas, era la encargada de dar de comer a los gallos: maíz molido, jamón o carne picada con leche para hacerlos bravos. Sacarlos a pasear una vez que calentaba el sol, media hora de caminata para que los animales no engordaran, vigilar que no tragaran mala hierba y que no se lastimaran las patas. Por las noches, la muchacha revisaba con desgano que estuvieran en sus corrales, cada uno cómodamente echado y a buen resguardo, no debían enfriarse con el aire del sereno.
Trinidad enfurecía si algo no estaba en orden. No sólo las regañaba, también les abría la piel con las puntas metálicas de su cuarta si notaba algún descuido en sus animales.
Serafina era la menor y más bonita, pero a Trinidad no le agradaba ni le tenía confianza porque le recordaba la locura de la que padecía su madre, la abuela de Serafina, tema intocable en esa casa. No le gustaba escuchar las mentiras que decía la niña, quien aseguraba entender el lenguaje oculto de los animales, particularmente, las aves.
Aunque Serafina era la que mejor cuidaba los gallos desde que tenía apenas edad para alcanzar las jaulas, don Trinidad sintió miedo de su hija desde el día que auguró la muerte del colorado.
—Padre, el gallo colorado se va a morir.
—¿Qué dices coconeta chismosa?
—Se siente mal ¿No se ha dado cuenta que anda triste desde la última pelea?
—¡Ora anda triste! ¡Embustes que!
—Se le reventó la hiel por el coraje que hizo y no amanece, padre. Me voy a quedar con él para cuidarlo y esperar a que muera.
—El gallo está dormitando porque ya es tarde. Si estás de necia, te voy a hacer entrar en razón a cuartazos.
Al otro día el gallo amaneció muerto, hundida su cabeza entre el pecho, derramada la bilis. Desde ese día Trinidad evadía a la niña. 
—¿Qué tanto me mira? Tienes la mirada muy pesada y no me gusta. Se me hace que le echas ojo a mis animales. ¡Parece como si me culpara de la muerte del colorado!
—Lo hizo pelear dos veces en  seis meses. 
—Mocosa imprudente. Eres como ave de mal agüero. 
Serafina estaba triste, pero doña Rafaela le daba permiso de acercarse a los gallos en el tiempo en que don Trinidad no estaba en casa. En esas ocasiones Mónica la hermana mayor de Serafina le encargaba las tareas que el padre le había encomendado. Serafina disfrutaba de dar de comer a los pájaros, a las palomas, pasear a los totoles y atender a las aves de la casa. Pasaba horas platicando con ellos. Cuando Serafina cumplió trece años, contaba con cuarenta palomas mensajeras a las que no era necesario encerrar, pues iban y regresaban a los comederos y bebederos siempre llenos de agua y granos. Los nidos estaban muy cuidados y cuando tenían crías les arrimaba maíz molido, alpiste y vaina, además de prepararles plátano macho con mosquitos muertos que ella personalmente juntaba en charcos del río con una pequeña red elaborada por ella, con tela llamada manta de cielo.   
—Serafina va a ser muy mujer de su casa, mira cómo se le crían los animales, va a dar mucha riqueza a su marido porque todo lo que cuida prospera y da cría, sólo las que son muy mujeres pueden atender a tantos, decía doña Rafaela a Mónica, orgullosa de su hija. Además, sabe leer y hacer cuentas. Será muy afortunado el que se case con ella.
—Tan afortunado que va a llevarse una loca, igual que mi abuela—Contestó Mónica, envidiosa de los comentarios de su madre.
—¡Que no te oiga tu padre porque te mata a golpes! No repitas lo que has dicho Mónica. 
Un día tocó a la puerta un hombre llamado Ramiro Espinoza era blanco y de nariz fina, cabello y barba castaña. Ojos color miel y pestañas rizadas.
—Buenas tardes, señorita.
—Buenas tardes, señor ¿Qué se le ofrece?
—Vengo a ver a don Trinidad. 
—Mi padre no está, pero no tarda. Le voy a avisar a mi madre para que lo atienda.
Doña Rafaela hizo pasar al fuereño que dijo tener treinta y cinco años y venir de un pueblo llamado Malpaso.  Quería participar en una jugada de gallos en la Feria de San Miguel, pero en un juego de conquianes había perdido su corrida de gallos y no tenía con qué cumplir el compromiso en San Miguel.
Una corrida consistía en seis gallos de pelea que se jugarían en una noche. Ramiro llegó un miércoles y el compromiso estaba hecho para el viernes. Por la distancia a su pueblo no le daba tiempo de ir a su tierra por otros animales y preguntó quién tenía ejemplares finos en la región y todos le dijeron que los mejores eran los de Trinidad.
A Ramiro sólo lo acompañaba su azabache, un hermoso ejemplar cuyo plumaje hacía honor a su nombre. Ramiro caminaba por todas partes abrazando a su gallo.
—Hasta a los comunes va con su gallo —dijo Serafina a Rafaela riendo.
—Cállate, chamaca igualada.
—Su animal tiene sed —le dijo Serafina a Ramiro
—¿No me regala tantita agua?
—Cómo no, démelo si quiere y le doy agua y de comer.
—Dispénseme, pero mi gallo es muy fino y me da pendiente que otras manos lo agarren.
—No tenga miedo —dijo Rafaela— si alguien sabe de gallos y los cura y platica con ellos, es mi hija. Déselo con confianza.
—¿De veras, señorita?
—Su gallo tiene hambre y está cansado del viaje. Le voy a dar carne con leche.
—Se lo confío.
—Mi esposo se fue a la feria de San Sebastián, pero estoy segura de que no tarda en llegar, si quiere ponemos a su animalito en una jaula vacía y lo dejamos andar en el rascadero para que se desentuma— ofreció Rafaela.
—¡Serafina se lo encargo mucho! —dijo el hombre extendiendo los brazos para entregar al animal y continuó—. Miré doña Rafaela, perdí mis centavos, pero traigo estas alhajas para pagarle por sus servicios. Requiero un cuarto, comida, que me lave mi ropa y una corrida de gallos. Le dejo mi esclava, anillos y cruz en prenda, cuando gane regreso por todo. 
Entre las joyas que le entregó el gallero sobresalía un hermoso anillo de oro con un cuadro de azabache y, en medio, un gran diamante.
—Mire señor, por el cuarto y la comida se los agarro, pero no puedo garantizarle el préstamo de los gallos, son lo más querido de mi marido. No sabe la devoción que les tiene y en esos asuntos no me meto. 
Cuando Trinidad llegó, estaba malhumorado. Nuevamente había perdido en el juego.
—¡Rafaela, ya vine!
—¿Cómo le fue?
—Mal, algo de lo que comen está rancio o pasado, Mónica no les pone atención. Están gordos, o no sé si es que Serafina les echa mal de ojo, pero ya se me hace mucha mala suerte perder dos veces seguidas. La culpa es tuya porque no pones gobierno en esta casa, nada de lo que yo mando se obedece, nada. Lo único que te digo es que si sigo perdiendo dinero y animales me las van a pagar las tres. Ya hablé.
—Un señor vino a buscarlo, Trinidad. Se llama Ramiro Espinoza, le di un cuarto y viene a pedirle una corrida de gallos, le deja empeñado esto —dijo estirando la mano con las alhajas. —Yo no le decidí nada hasta que usted llegara, pero como está de malas, si quiere le digo que se vaya…
—No. Llámalo y trae café para los dos.
—Buenas noches don Trinidad.
—¿En qué puedo servirlo?
—Le expliqué a su esposa que soy gallero, pero me gusta mucho la baraja. En un conquián perdí una corrida de gallos y me urge reponerla, tengo jugada en la feria de San Miguel el viernes y ya sabe que es grande, no quisiera quedar mal con el compromiso. Ya no traigo centavos, pero le dejo mis alhajas, quiero que las vea y si le parece bueno, me presta la corrida y a mi regreso le pago. 
En ese momento Serafina entró a la estancia de la posada con el Azabache en brazos, pero al ver a su padre y a Ramiro platicando pidió disculpas.
—Dispense padre. No sabía que estaban ocupados.
—No se apure, señorita. ¿Qué tiene mi gallo?
—Nada, nomás creo que está muy cansado y ya no había de pelearlo, al menos, no pronto.
—Vete de aquí y no hables sandeces, Serafina.
—Sí, padre.
—Dispense a mi hija, es imprudente.
—No la regañe, yo le di a cuidar a mi animal.
—Es muy mentirosa. Pero, bueno, en lo que estábamos. Con mucho gusto le presto la corrida de gallos. Veo que es hombre de palabra y los que nos dedicamos a esto, luego conocemos quien es de fiar y quién no. Yo también quisiera ir esa jugada.
—Pues si es su gusto, vamos. Nos recibirán bien, allá me conocen de tiempo. 
—No me ha ido bien últimamente, pero quién quita y me reponga.
—Nos vamos oscura la mañana.
—Yo también voy a llevar una corrida a ver si encuentro contrario.
—Ya verá que sí.
—Después de cenar con Trinidad, Ramiro fue hasta los corrales para ver a su Azabache encontró a Serafina abrazada del animal.
—¿Tiene algo mi gallo?
—No.
—¿Está triste señorita?
—No. Bueno nomás apenada porque ya ve como es mi padre.  
—¿Su padre no le cree?
—No cree lo que le digo, es que tengo sueños, presentimientos y veo cómo sienten los animales. 
—No haga caso. A mi Azabache sí lo puede agarrar y hacer cariños.
—Dice su gallo que le pone flojos los espolones y eso lo cansa mucho, usted no lo amarra bien.
—¿Qué no lo amarro bien?
—No. ¿Se ha fijado que cuando acaba la pelea al animal le sangra la pata derecha? Es que el espolón no le ajusta bien
—Yo pensé que era sangre de los otros gallos.
—Lo estuve divisando, trae lastimada la pata derecha.
—Es cierto, para brincar se apoya más en la izquierda.
—Ya lo curé, pero le voy a enseñar como amarrarlo y fíjese bien en la pata derecha. No vaya a ser la de malas y ese sea el fin de su animal.
Sorprendido y agradecido, Ramiro creyó en la muchacha y puso atención a todas sus indicaciones. Parecía mentira que una niña le estuviera enseñando a él, un viejo gallero, cómo amarrar a su animal favorito.
Demonios de mujeres, tienen mucho instinto, no necesitan que se les enseñe nada, como las lobas todo lo ventean y lo aprenden, parece que adivinan. Es bonita esta niña y además es muy lista, pensó Ramiro.

Comentarios

  1. Tú muy bien, Fabiola. Síguele... ¿qué pasó después? Siempre me dejas "picada"...

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas populares