Dictado interior de un jueves por la mañana - Esther Solano
“Me
están dictando cosas,
Pero
no desde otro mundo u otros seres,
Sino
más humildemente desde adentro”
Roberto
Juarroz
Es
jueves, la voz interna me levantó muy temprano, me acosó con imágenes diversas,
como si fuera un carrousel de diapositivas que pasa de una a otra: pasado,
presente, futuro. Trato de disminuir la velocidad del cambio, enfocarme en una
sola imagen, aumentar la resolución.
Logro
aterrizar en un cuadro, identifico a uno de los presentes, un amigo que hace
meses que no veo, no desde que inició el aislamiento por la pandemia. Lo
conozco desde hace más de veinte años, coincidimos en mi primer empleo, aunque
reportábamos al mismo gerente, no lo conocí sino hasta cuatro o cinco meses
después de mi ingreso a esa empresa, debido a que estaba asignado de tiempo
completo a un proyecto en una industria química en el norte de la ciudad. Era
una leyenda, un lugar de trabajo vacío –sin polvo porque el personal de
limpieza la retiraba apenas se acumulaba– probablemente usé su escritorio más
de una vez. Escribía con mayúsculas con trazos gruesos, prefería la tinta azul.
Era todo lo que yo sabía del Ingeniero Víctor Manuel Arriaga.
Cuando
se referían a él lo hacían con sus dos nombres completos, Víctor Manuel, no
Vic, ni Manu, ni Manolo. Finalmente regresó a la oficina, lo imaginaba alto y
es más bien bajito, moreno, cabello rizado siempre muy corto, solía vestir
pantalones de algodón y camisas de manga larga, sólo en una boda lo vi usar una
corbata, creo. Se desplazaba con un caminar que se describiría como
pendenciero. Nunca cargaba un portafolios, si acaso, llevaba consigo un
bolígrafo y una carpeta.
Su
personalidad era, es, particular, cierta soberbia y resistencia a la autoridad.
Inteligente y observador, siempre ha dicho lo que piensa.
El
año llegó a su fin y con él mi pasantía, nuestros caminos se distanciaron,
regresé a la Universidad a continuar con mis estudios, por un largo tiempo no
tuve ningún contacto con él.
Años
después, diploma en mano, acepté una oferta de trabajo en una de las tres
grandes corporaciones de automatización. Primer día de trabajo, la inducción, el
consuetudinario tour por la oficina a
cargo de la responsable de Recursos Humanos, en cuanto llegué a mi flamante – y
diminuto - escritorio sonó el teléfono, era él, bueno ellos, mi entonces
compañero y mi entonces gerente trabajaban allí. Se habían sorprendido al leer
mi nombre en la lista actualizada del directorio. Sorpresa y complicidad,
siempre es bueno toparse con una cara conocida.
Así,
reconectamos, no fue la única vez que trabajamos en la misma empresa, con ésta
van tres veces que llego a mi nueva oficina para saber que él trabaja allí, es,
en cierta manera, el comando de avanzada, nunca nos hemos puesto de acuerdo,
sólo ha sucedido. Caminos que se cruzan, se distancian, se extienden en
paralelo.
Entre
reuniones y especificaciones supe que había nacido en el extremo sur del país,
para estudiar había viajado muy joven a la Ciudad de México, había vivido solo
y trabajado para mantenerse. De ahí su autosuficiencia. No acepta cualquier
tarea, es crítico. Nunca lo he visto llorar, pero sí reír. Normalmente no
grita, pero no se queda callado.
En
esos largos años hemos compartido historias laborales y eventos personales: el
diseño del plan de negocios, nacimientos, proyectos, bodas, el Halloween,
divorcios, la fiesta de fin de año con todo y su rifa, e incluso la muerte de
seres queridos y colaboradores.
Las
fotografías se vuelven a suceder, los atuendos son diversos: overoles y zapatos
industriales, vestidos de fiesta, ropa formal de oficina, mudan los peinados y
accesorios con la época, el largo y el color de cabello, lentes, kilos de más y
arrugas que llegan para no irse, veinte años de coincidencias, entonces sonó el
despertador, resumí el mensaje del dictado interno en: “Hoy deberías llamarle
para saber si está bien”
Así
lo entendí, no tenía más tiempo para descifrarlo. A decir verdad, el dictado no
siempre es claro, ni coherente, creo que muchas veces fallo al interpretarlo.
El despertador insistió, no tuve tiempo de analizar más, tampoco de comparar
con las cartas astrales. Me vestí rápidamente, la primera obligación del día me
esperaba, me requería en otra habitación en menos de tres minutos.
Espero
que el trajín del día no me haga olvidar el dictado, parecía importante.
Confío en que esté bien, que tan sólo sea nostalgia de juventudes perdidas y no
un mal augurio de estos tiempos impregnados de epidemia. Le llamaré.
Por: Esther Solano
Me gustó leer una narrativa en la que colegas son parte de una historia gracias por compartir amistades
ResponderBorrar¿Ya le llamaste?
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