SÍ, ACEPTO - Esther Solano
“Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar. Valor para cambiar aquellas que puedo y Sabiduría para reconocer la diferencia.” Repiten a coro los participantes a la sesión de Alcohólicos Anónimos.
Escucho las voces a lo lejos y resuenan en mi interior. ¿Dónde encuentro la serenidad? ¿Dónde el valor para ponerme en la línea de batalla y luchar? ¿Dónde la sabiduría? ¿En mis errores? ¿En los errores de los otros? ¿En los mandamientos, la Biblia y el sermón dominical?
Cada uno elige su veneno, algunos, como los que se encuentran en la reunión eligen el alcohol, la maravilla de sentirse adormecido, de olvidar por unos minutos el dolor. Otros prefieren la tranquilidad que otorga una calada a un porro de mariguana.
Yo elegí al amor, el saber que en casa había un hombre y que no estaba sola. Aunque él no estuviera presente, ni se involucrara demasiado. Como una figura de cartón con la cual puedes tomarte una fotografía y al titularla decir #Acompañada. La negación de la soledad.
El intercambio, la aparente paz en trueque, pero detrás de las volutas de humo, en el fondo del caballito de tequila, debajo de la cama matrimonial, acecha la realidad con su fea cara: los problemas económicos, el desempleo, los berridos de los niños hambrientos, los nudillos del casero en la puerta, los sobres de los acreedores deslizándose al interior, el lápiz labial en el cuello de la camisa, el mensaje en el celular que vibra sin parar, el vacío en la cama hasta la madrugada, el silencio como respuesta, los moretones y las marcas en la piel.
Aceptar que él era así, había sido así y siempre lo sería. Creí que era mi obligación aceptarlo. Que, si de verdad lo amaba, debía aceptarlo con sus defectos y virtudes, con su impulsividad rampante, su cólera detrás del volante, su charla monotemática, su incapacidad de verme, su envidia de mis éxitos. Aceptarlo todo por amor. Serenidad, aceptar que es así. Paciencia, no te resistas. Respira, no te opongas y acéptalo.
Pero la vocecita dentro empieza a crecer ¿y si no es falta de serenidad sino falta de sabiduría? ¿Si no es serenidad sino estupidez? Un error que puede costarte la vida, o los sueños, o la tranquilidad.
–Señor, dame Sabiduría ¿Debo aceptar? ¿O debo luchar? Contéstame, Señor, mándame una señal, hazme saber tu voluntad.
Oramos, a veces en silencio y otras en voz alta, con lágrimas en los ojos. Las señales están, siempre lo estuvieron, pero no las vimos hasta estar listas. Porque la lucha es dura, larga, extenuante. Además, nadie más que tú la puede luchar.
La batalla dejará cicatrices, aunque hayas entrado en la trampa por voluntad propia, no es posible salir ilesa: arañazos, rasguños, huesos rotos y también y marcas indelebles en el alma. La memoria del dolor provoca parálisis, la condena es la soledad perpetua, quizás es a ella a quien dirigirás el verdadero “Hasta que la muerte nos separe”.
O tal vez, el “Sí, acepto” auténtico y definitivo es el que te dices a ti misma en voz baja, en la soledad y la oscuridad del túnel antes de salir a la arena a luchar la batalla de tu vida.
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