YO, EL LIMONERO, TE CUENTO - Marichoni

Naranja dulce, Limón partido
Dame un abrazo, que yo te pido.

    Llegué a vivir a la casa de Águilas 1500, la mañana de un sábado de 1983, a petición de la madre de los cinco niños que allí vivían. A ellos los vi hacerse mayores. De niños no me hacían mayor caso, estaban ocupados en crecer y en aprender a ser ellos mismos. El papá tampoco me atendía, creo que ni me miraba, su interés estaba en procurar siempre una mejora económica que no acababa de llegar porque, siempre que algo se conseguía, miraba lo que faltaba, no lo que sí había, ese era su interés y a eso dedicaba su tiempo.
   La mamá me adoptó, me vio crecer, al igual que a sus cinco pequeños, que empezaron a cambiar sus intereses, pasaron del juego al amor y del amor a la búsqueda de sus propias vidas.
    Ella, tal vez un poco sola, entre tantos que habitaban en esa casa, salía al pequeño jardín, que era mi residencia.
    Me contemplaba y se emocionaba, por ello empecé a darle frutos. La veía yo, una mujer de ciudad, con anhelo de agricultora o simplemente, de recolectora de esos frutos que, por el buen alimento y por esa plática espontánea que de repente teníamos, yo le proporcionaba.
    Sí, también yo aprendí a ser agradecido y multipliqué mis frutos tanto que, con orgullo, llegó a repartirlos en pequeñas bolsas de regalo.
    Pasaron los años y todos se fueron hacia otros rumbos, en busca de nuevas e inexploradas experiencias. Ella quedó sola por más de nueve años.
    Un día también ella quiso cambiar de sitio y, a dónde iba, ya no tenía cabida. La casa la vendería, eso escuché a hurtadillas, ya no estaría, ya no esperaría mis frutos que de por más de 25 años le ofrecí. Cuando lo comprobé, tomé una decisión: me morí… 

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