ODA AL AUTOMOVIL - Patricia de los Ríos

Mi romance con el auto comenzó a los meses de nacida. Mi papá me compró un coche holandés, después tuve un auto de pedales verde y amarillo que manejaba con destreza para no chocar por una casa llena de muebles. Mi papá, quien me consentía mucho, decía que de grande yo sería una excelente choferesa. Por esa misma época el auto de mi papa era un Olsmobile azul, que le había comprado a un diplomático. Era automático y un gran motivo para que yo jugara a subir y bajar las ventanas.
Cuando cumplí quince años, me enseñó a manejar y pronto saqué el permiso y además me dejaba manejar el suyo. A partir de entonces siempre he pensado que el automóvil ha sido un gran amigo de la libertad de las mujeres. Y sí es un privilegio y además contamina, pero no deja de ser un aliado de la independencia. Ya en la prepa, aunque me iba en transporte público al colegio, mi papá me prestaba el suyo. Un Dodge Coronet color vino al que un amigo, con gustos operáticos, le puso Nabuco. Aunque aquel país era casi idílico y bastante seguro, estando en la Facultad de Ciencias Políticas me lo robaron y ahí conocí todo el viacrucis de la policía y la corrupción. Por supuesto, para todo había que dar mordida. Lo localizaron en Veracruz y habían vendido casi todo. So0lo quedó el armazón.
Por alguna razón, que ignoro, mi papa cambiaba su auto cada siete años. Así que dado el estado lamentable de Nabuco, compró un Valiant café. A mí siempre me preguntaban mi opinión sobre las compras, de modo que contribuí a elegirlo y siempre recuerdo ese fantástico olor de los autos nuevos. Aunque, como mi papá preveía, siempre he sido una piloto precavida, el auto fue mi posibilidad de viajar, de llorar o gritar en el auto y de moverme libremente por la ciudad.
Cuando nuestra hija nació, Carlos me regaló un auto nuevo pues quería que estuviéramos seguras, luego en Estados Unidos, por primera vez compramos un auto usado que también fue de gran utilidad pues en ese país no se es ser humano sin un medio de transporte propio. Claro que ahí se notaba mi pavor a los free ways estadounidenses. Yo era capaz de irme por la Route # 1, la primera carretera que hubo en ese país, de Washington a Baltimore, cuando había una super, que me hubiera ahorrado mucho tiempo. Cuanta falta me hubiera hecho un GPS.
De regreso a México, Carlos ya me esperaba con un auto  TSURU, que es el más aguantador. Un vehículo que jamás se descompuso y que heredó nuestra hija, quien le dio muy mala vida sin que nunca la dejara tirada.
Cuando nos separamos, por fin, además de libre me volví independiente pues, por primera vez, me compré un automóvil con mi propio dinero. Después del TSURU, mi hija me recomendó comprarme un auto de señora, desde entonces he tenido tres autos que yo me he comprado hasta llegar al que tengo ahora un TOYOTA PRIUS híbrido. Si no he encontrado al hombre de mi vida con el Prius encontré al auto de mi vida. Es ecológico, silencioso, maravilloso, habla por teléfono y además me librará de la burocracia durante siete años. ¿Qué más se puede pedir?

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