HADA MADRINA - Fabiola Sánchez Palacios

Lo ultimó que vio antes de cerrar los ojos, fueron aquellas asépticas paredes blancas…Mauricio tan hermoso, ojos verdes y mirada de tigre. Alto, delgado, barba cerrada y ¡Cómo bailaba! Cabello castaño, rizado en bucles que le llegaban al hombro. Cuando se sujetaba el cabello, sus rizos tomaban la forma de un ramillete de flores. Además, tenía el perfume de la juventud, ese que Estela deseaba tanto.  
Fue en la tercera boda de su amiga Fátima, que lo conoció. En el Centro Libanés lo vio bailar por vez primera y comenzó a pensar en su sudor y a imaginar su aroma.
Acalorado, Mauricio se quitó la corbata y desabotonó la camisa y ella le miró el pecho cubierto de vellos del mismo color que sus cejas y su barba. Amó esas pestañas rizadas que le hacían sonreír con los ojos. Deseo tanto tocarlo y comenzó a imaginar que lo tenía sobre ella en la cama.
Su marido le dijo al oído para evitar que los otros comensales lo escucharan:
—¡¿Qué le miras tanto? Casi te lo comes con los ojos.
—Veo el tejido de su cadena de oro, es Cartier. Quiero una igual. ¿Me la compras?
—No es original.  
—Ve su reloj. ¡Claro que es original!

Estela le pidió al hada de su infancia que se lo concediera y sucedió un milagro. Momentos después, al dirigirse a los baños, coincidió con él y con la novia-
—¡Fátima, te ves hermosa! Exclamó el agraciado hombre.
—¡Gracias! — respondió la aludida, sonriendo, y aprovechó para presentarlo con Estela.
—¡Qué bonito nombre, como la dueña!

Estela no podía dejar de mirar su sonrisa, los hoyuelos de sus mejillas y sentir sus manos estrechar las suyas en el saludo. Ella era una mujer indiscutiblemente hermosa. El escotado vestido naranja de seda que llevaba la traicionó. El rubor que Mauricio le provocó le cubrió no solo las mejillas sino el pecho. Ese color resaltaba su cabello rojo, la belleza de su madurez y sus enormes ojos azules.  
—No empieces con tus bromas Mauricio, que Estela es muy seria y es casada, viene con su marido. Dijo Fátima.
—No soy celoso, prima.

Estela se sintió descubierta y solo atinó a decir: —Con permiso. Apuró el paso y entró al baño. La alcanzó Fátima.
—¡Qué mustia eres! ¿No me digas que no te gusta? ¡A mí me gusta y es mi primo! Le dijo mientras se lavaban las manos, en el baño.
Estela bajó la voz y con una mirada cómplice le respondió:
—¡Está divino!
—Me va a pedir tu teléfono ¿Se lo doy?
           —¡Si te lo pide! No quiero que piense que soy una piruja. Pero además estoy muy gorda.  
—¡Ay cálmate ¡Las dos ya estamos en la edad del jamón y no vas a tener figura de veinte cuando tienes dos hijos adolescentes. Ni yo que no tuve hijos puedo conservar el peso, ya tenemos más de treinta.
—¡Ojalá y fueran treinta!
—Oye, pero te advierto que Mauricio tiene una fama de viejero y padrote que no puede con ella. No te lo vayas a tomar en serio porque sirve para lo que sirve.
—Todavía no te pide mi teléfono, ni creo que te lo pida amiga.  


—¡No te muevas, yo te quito la ropa! Dijo Mauricio mientras colocaba a Estela frente al espejo del ropero.
—Te juro que yo nunca…
—No hables y no pienses en nada.
—No es fácil. ¡No seas tan simple!
—No soy simple, soy práctico y a veces, algo cínico. Si te dejas fluir, vamos a estar muy bien— dijo al tiempo que la abrazaba y llenaba de besos en el cuello en la espalda, en las nalgas.
Mauricio era un vividor, cuya mejor arma para conquistar era la risa, su sentido del humor cobraba fama en cualquier círculo que frecuentara. Estela lo conoció justo cuando estaba a punto de dejarse tragar por esa zanja gris en que se había convertido su matrimonio.

Hacía mucho tiempo que no se sentía bien con su marido, siempre cansado, entretenido en la contabilidad del negocio. Fue aquella pregunta que le hizo su amigo José Antonio cuando salieron a tomar un café, ese amigo que siempre la cortejó: ¿Qué tu marido no te despierta en las madrugadas para hacerte el amor? Estela se puso roja y sólo atinó a responder: ¡Qué llevado! Pero lo cierto era que no, que no sólo no la despertaba de madrugada, sino que nunca estaba interesado en tener sexo con ella.
Y aquellas conversaciones con su amiga Marcela: ¡Ay, Estela! de veras que tú todavía crees en cuentos de hadas, si estás tan aburrida de tu esposo pues búscate un amante. ¡No digas eso Marcela! Respondió escandalizada. ¿A poco nunca le has puesto el cuerno a tu marido? ¡Claro que no! ¿Cómo se te ocurre? Y Sí, yo todavía creo en las hadas, sobre todo en mi hada madrina que siempre me ha sacado de muchos apuros.  
— ¿Pasa algo? — dijo Mauricio mientras le besaba el cuello y las orejas.
   No. Pero apaga la luz.
   ¿Por qué? Respondió el al tiempo que metía su lengua en el pabellón de
la oreja izquierda de Estela.
   Porque estoy gorda.
   ¿Así dicen ahora cuando estas buena? Yo te veo bien, pero muy bien
Déjame que lo compruebe y te mida, decía mientras ponía su mano izquierda sobre el pezón derecho de Estela y bajaba la cremallera de su vestido con la otra mano.
   Tengo miedo.
   ¿De qué? Tu marido salió de viaje. Tus hijos se fueron de campamento.
   Tú y yo, al fondo del jardín, en el cuarto de servicio. Y más precisamente
en la cama de la criada a la que entiendo le diste el día para ir a casa de su mamá. Llegué en mi auto, le dijiste al vigilante que esperabas al ajustador de seguros. Así que usted, querida señora, prepárese para disfrutar de tener un esclavo sexual a su servicio y ya no se preocupe de nada. Consté que te invité a mi casa y no quisiste. Te propuse un amanecer en el Gran Hotel de la Ciudad de México para ver el Zócalo de madrugada y tampoco aceptaste. Me diste un sinnúmero de razones por demás bastante improbables: ¡Y qué tal si te veían!, la ciudad es enorme y no tengo policía en la puerta de mi casa; que en el hotel tampoco porque ¡Cómo ibas a quedarte fuera de casa!  ¡Te hubieras inventado una despedida de soltera! ¡O un retiro religioso! ¡Que no quieres cómplices! En fin, lo único que tienes es miedo y poca práctica. Mi amor, conozco un hotel donde te hacen el súper y hasta te dan el ticket que marca la hora, para cualquier aclaración, mientras tú te ocupas de otros encargos. En fin, ya probaremos en otros sitios…

Mientras Mauricio soltaba toda esta perorata respecto a las posibilidades de un nuevo operativo de infidelidad ella se justificaba pensando: He sido buena hija, buena esposa, buena madre, soy como mi nombre, una Estela, algo que flota sobre el mar y lo embellece en silencio. Me merezco esto, aunque sea una sola vez. Lo juro Dios mío, ¡sólo quiero conocer a alguien distinto a mi marido! ¡Hada madrina de mi infancia, tú que me has protegido tantas veces, haz que todo salga bien!

   Tengo miedo de desilusionarte— le susurró a Mauricio en el oído.
—¿Porqué? Yo no estoy ciego como tu marido. Serías el sueño húmedo de cualquieraPresuroso le quitó los zapatos y las medias. El brassiere fue lo penúltimo que cayó al piso. Casi no dejó de besarla, mientras que sus manos expertas le tocaban todo el cuerpo. Cuando se percató que las pantaletas de Estela estaban ligeramente húmedas las retiró sintiéndose dueño de ese diminuto universo en que se convirtió la cama de la sirvienta.  Cuando escuchó el primer: ¡Ayayay! — Como susurro apagado supo que estaba lista para una intensa lluvia de besos—Tienes un cuello blanco, largo liso y perfecto como los cisnes, tus senos son lo más abultado, tibio y perfecto que he tocado, y tus pezones, si fueran dos dulces de canela no disfrutaría tanto succionarlos.

Estela comenzó a sentir la delicia de tener sobre ella, un hombre cuyo único pensamiento era hacerla gozar intensamente, estuvo segura de que se tomaría el tiempo que fuera necesario para seducirla, para hacer que abriera las piernas con delicia y penetrarla pausadamente. Mauricio ni siquiera se había terminado de desvestirse y ya la tenía a su merced.
—Con cuidadito— dijo Estela tratando de oponer resistencia.
   Tranquila — Mauricio se tomó un segundo para arrodillarse, jalar a
Estela de la cadera y separar al máximo las rodillas de la mujer …  
   ¡No, por favor!
   Relajadita, sólo le voy a besar aquí— En realidad lamió la entrepierna
mientras pasaba al descuido, los labios sobre su vulva.
   ¡Quiero oírte gritar y que me pidas que te coja!

Y así sucedió, los gritos salían del cuarto de la criada, alaridos de placer.
— ¡Ya métemela por favor! — Dijo la mujer en un tono de voz fuerte y clara.
— ¡Todavía no terminas reinita, ponte como te digo!
Estela obedeció sumisa, ya no podía sino hacer lo que él le ordenara.
— ¿Trajiste el aceite de bebé que te pedí?
—Si, lo puse en la mesita—dijo agitada.
 Mauricio se aplicó aceite en la yema del dedo medio de la mano izquierda y arrodillado comenzó a sobar el ano de Estela con ese dedo, mientras su boca se colocaba en la sonrisa vertical y con la lengua sorbía, recorriendo de adelante hacia atrás. Estela comenzó a dar alaridos de placer:
—Ay, mi cielo, ay papi…ay que bárbaro, me estoy… me voy…me ven…
Sólo otro grito conocido pudo detenerlos:
—¡¡¡ ¿Qué estás haciendo, Estela?!!!! Era su marido abriendo la puerta del cuarto. 
Nada que hacer. El tiempo se detuvo unos segundos. Todo quedó en suspenso, su marido los encontró a él hincado y a ella con el culo al aire. ¡Qué malestar horrible aquello que se siente cuando algo ya no tiene remedio!  
¿Qué hacer? ¿Implorarle a Dios que no los matara? ¿Ocultar a Mauricio debajo de la cama?  ¿Cómo convencer a su esposo de que esto no era cierto?
¡Hada madrina de mi infancia! Hadita linda a quién todavía hoy me encomiendo, te rogué de todo corazón que todo saliera bien ¿Cómo puede estar sucediéndome esto? Hada madrina manifiesta tus poderes para salvarme, ya sé que es pedirte que llueva para arriba, pero te tengo fe. ¡Yo nunca te he olvidado como los demás!

Un polvo de estrellas se posó frente a ella:
—Eres una buena mujer que siempre ha creído en mí, pero te lo advierto, es la última vez que te saco de un lío, para la próxima ¡ni me llames! 
—Señora Estela, señora Estela, ¡Despierte! Su liposucción fue todo un éxito— dijo la enfermera.     
Ahora sí ya me puedo coger a Mauricio, pensó Estela.

*Del Libro Cuentos de hadas para burócratas aburridos

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