PARAFRASEANDO A PENÉLOPE - Marichoni
La de Enrique González Rojo
Voy a expresarme en primera persona para contar momentos del viaje que emprendí al inicio de mi vida, y que lleva años de ir haciendo el camino. A veces lavando lechugas, otras, quitando los granos de polvo o comprando abrigo para las corrientes de frío.
Acciones diferentes en un tiempo específico, para tejer, con distintas puntadas, los anhelos descubiertos a través del camino.
Desde la temprana infancia me imaginaba cambiando pañales, y se hizo realidad, no solo los cambié, también los lavé. Ese hecho específico me remitió a la certeza de hacerlo por alguien que estaba profundamente ligado a mi vida.
Pero ese tiempo terminó y lo cambié por otras acciones: comprar naranjas, hacer chilaquiles, llevar a los niños al colegio, verlos crecer y atender sus necesidades. Y así tejí valores para ofrecérselos, y no los destejí. Pero reconocí mi propio camino, la oportunidad de ir, en forma paralela, acompañando a mis hijos y a los hijos de los que iban confiando en mí.
Y salí de casa para dirigirme a la escuela y sentarme entre niños, materiales, libros de texto, pelotas de futbol, cuadernos, estampas y modelos educativos que pudieran proporcionarles el gusto por aprender, que les ayudara a reconocer y desechar las piedras que encontraran.
No zurcí calcetines, cuando se rompían, los tiraba. Tampoco me enterré en la casa, pero cumplí las promesas que hice para mis adentros: hijos, aquí estoy, con mis propias frustraciones. Padres míos, no los dejaré, estaré pendiente de ustedes.
Y fui forjando mi propia odisea…
Acumulé esfuerzos, preocupaciones, lágrimas y trabajo, pero también alegrías, satisfacciones, caricias y muy buenos momentos.
Todavía no he tenido la oportunidad de matar el tiempo, en vez de hacerlo, despliego las alas y empiezo a volar, con un mapa en la mano y un lugar preciso como destino temporal. Pero regreso a casa, con un equipaje cada vez más grande, guardando en él las experiencias y los sueños, los rayos del sol y los copos de nieve que la naturaleza me regala. Y vuelvo a revisar el mapa para no perder el rumbo.
La odisea no se ha alcanzado, para lograrla, no me quedo en casa.
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