LA ERA DEL MIEDO - Lola G. Casanova

“Los desastres no son naturales, se construyen socialmente.” (Leído en varias de las notas de los últimos días. )
“It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair…” (Charles Dickens, A Tale of Two Cities.)

Esta, mi querido Charles, es la Era del Miedo. El miedo domina nuestra sociedad actualmente. Aquí ahora se ha reforzado más aún con el miedo a los terremotos, con la angustia constante de sentir otra vez que la tierra se mueve. Que poner los pies sobre la tierra se ha vuelto muy peligroso: te tambaleas, no puedes correr, no puedes bajar las escaleras y tu mundo se derrumba. Se caen grandes edificios y pequeñas casas se vienen abajo. Tu vida se desvanece en segundos. Y la de algunos –muchos—se vuelve irrecuperable. Luego se pasan minutos y horas de zozobra, días de incertidumbre, semanas de tristeza y de locura, meses de espera constante de que venga otra desgracia, años de intentar reconstruir y querer olvidar…
Y llegan las inundaciones, ¡qué efectos tienen en nosotros los individuos, cómo afectan a las personas, a pueblos enteros! Y luego queda solo el lodo y el miedo, el miedo a que lleguen otra vez, arrasando con todo.
En este lado del mundo vivimos también el miedo a la pobreza, tan extrema, tan constante, tan tirana. Y el miedo a los ladrones que te acechan en la calle, en el transporte, en tu casa. Vivimos aterradas, aun ahora, ante la posibilidad de sufrir un ataque sexual violento y despiadado…Tanto miedo en tanta gente al mismo tiempo.
Y allá en Europa, en esas tierras “civilizadas” adonde muchos miran buscando ejemplos de una vida serena y tranquila donde se vive entre gente respetuosa de los derechos primordiales, fundamentales, humanos… ¿No existe el miedo ahí?
Lo hay en esta época, nuestra Era del Miedo. Pues ahí unos siempre le temen a los otros, el otro, el distinto, el extraño, ése es el bárbaro. No sigue las mismas reglas ni piensa igual. Sus religiones son incomprensibles y se erigen como amenazas a lo propio, a lo conocido, a lo de antes. Y predomina el miedo: miedo a los que llegan, a esos invasores que fueran a su vez invadidos. Miedo a que les roben, que les arrebaten sus bienes y que hagan tambalear el estado de comodidad que habían creído de suyo natural o adquirido por quien sabe qué méritos, qué virtudes inherentes. Y los que llegan vienen con miedo también. (Pero con esperanzas.)

Miedo al terrorismo, que aparece de pronto en un ataque inesperado, como un sismo: rompiendo cosas, transformando vidas, instalando un miedo que destruye las mentes, las almas de los “buenos”.
Miedo a las guerras que puedan surgir de un choque de ideologías. Que lleguen otra vez igual, como hace tiempo, cuando los extremos se vuelvan cada vez más distintos, más distantes, más opuestos y la cuerda que se jala con fuerza de cada lado sin dejar soltar ni un poquito, termine por romperse. Cuando se acabe el diálogo.
Miedo a que no haya diálogo, a que ninguna parte esté dispuesta a reconocer a la otra. A que cada uno hable y discuta consigo mismo sin oír, sin escuchar, sin pensar en las razones o los motivos del otro. Miedo al separatismo y miedo a la dependencia, al abuso. Miedo a la brutalidad del policía y al odio constante no resuelto. Miedo a la disolución de una Europa unida, unión que en realidad no se ha logrado nunca. Miedo, en fin, a la desaparición de un orden que infantilmente se cree existió algún día.
Sufrí varias veces, siendo muy joven, intensamente, las desdichas y los miedos de David Copperfield, de Oliver y de Pip. Lloré solidariamente sus desgracias. Y seguí con atención la historia de dos ciudades; entonces ya mayor, contenía el miedo con la respiración al tiempo que sentía en todo el cuerpo la ansiedad de ideas libertarias.
Conocí gracias a ti las calles de Londres con todos sus peligros y una vez que pude pisarlas y recorrerlas, aunque un siglo después, pude percibir el miedo, la injusticia, la soledad de la infancia en esos tiempos ignorada y puesta al descubierto apenas por ti. Pero entonces creí que todo eso era cosa de un pasado. (Superado y olvidado.) Vi lo bien cuidados que eran ahora –en los años setenta del siglo XX—  niños y niñas en Inglaterra. Pude admirar a esa sociedad que vigilaba a su infancia prodigándole cuidados. Aunque no dejé de notar que esos niños se diversificaban en cuanto alcanzaban la adolescencia volviéndose muchos de ellos hostiles y agresivos.
De todos modos, la angustia de ese siglo XIX, la de las grandes guerras del siglo XX, la de la Nueva España, la de las colonias en África, la de la India --todas me fueron transmitidas a través de  lecturas--  contenían un miedo que parecía ya no existir.
¿Cómo es que ahora, mi querido y admirado Dickens, nos parecen poca cosa en comparación con el miedo que nos imponen las catástrofes de nuestros días? Vivimos tiempos difíciles indeed y nos haces falta.

Comentarios

  1. Me conmovió el texto y me invitó a analizar mis propios miedos, ¿será que es imposible deshacerse de ellos?

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