Una herencia del 68 - Marichoni
Si solo tienes una sonrisa,
Dásela a alguien a quien ames.
Maya Angeluo
Yo no fui a ninguna manifestación ni
participé en ningún movimiento estudiantil. En 1968 yo tenía veintiséis años,
un niño de dos años y otro de diez meses. Mi esfuerzo estaba centrado en su
bienestar y en su sano crecimiento. Pero escuchaba y pensaba…
Los estudiantes se manifestaban en
diferentes lugares del mundo, en algunas partes los atendían, en México los
reprimían, los desaparecían o los asesinaban.
Y volteaba a ver a mis niños y me asustaba,
quería que no les pasara nada, en ese momento no sabía que no podría controlar
todos los aspectos de su vida, solo quería que todo fluyera y que ellos no
tuvieran tropiezos.
Pasó el tiempo y llegó el momento de hacer
algo por ellos, que apoyara su futuro: la creación de una escuela, más que eso,
de una comunidad educativa, para mí esa era una alternativa.
En el año 1971 me integré a una idea que
empezaba a tomar forma, el movimiento del 68 la inspiraba. La idea: una escuela
con una estructura que propiciara la toma de conciencia de los estudiantes
desde pequeños y que les permitiera darse cuenta de quién estaba a su alrededor
y que, probablemente, tenía diferentes circunstancias, oportunidades y
recursos.
Así surgió el Centro de Integración
Educativa, CIE por sus siglas, ¿cómo? rompiendo algunos esquemas: una nueva
escuela que sería mixta, laica y con integración socioeconómica. Eso ahora no
es novedad, en 1971 sí.
Mixta, porque en ese tiempo casi todas las
escuelas eran sólo para hombres o sólo para mujeres; laica, sin ningún credo
religioso que endoctrinara en ninguna fe específica; y con tres grupos
económicos: el que pagaría más del costo, el que se ajustaría al mismo y el que
pagaría menos, compensándose con el primer grupo. Así estaban en el mismo salón
el hijo del gran empresario, el del Director y el hijo del intendente. Estas
características se mantuvieron, aunque la integración no se logró del todo, a
pesar del programa de desarrollo humano que surgió y que se probó en la
escuela, programa que la autora, Ana María González Garza, después pudo
exportar a otras instituciones.
Era
una utopía, pero logró un cierto grado de realidad, mayor apertura y tolerancia
y un poco de más igualdad.
Aquel Movimiento del 68 seguía inspirando y
por ello, se buscó el diálogo y no la imposición, el respeto a las ideas y la comunicación
y no el autoritarismo.
Mi aportación a la escuela fue la creación
de un modelo didáctico interdisciplinario y transversal como proyecto académico
que pudo realizarse por más de quince años, con las lógicas modificaciones a
cada nueva propuesta oficial.
Sí, yo no participé en ninguna de las
manifestaciones del Movimiento de estudiantes del 68. Mi trabajo, como el de
muchas mujeres al igual que yo, fue la labor de búsqueda, día con día, de abrir
horizontes y nuevas perspectivas para nuestros hijos y en nuestro ambiente.
Fue una lucha silenciosa y desconocida.
Muchas seguimos en ella.
Somos
las otras mujeres del 68 de las que no se habla y a las que yo, de todos modos,
les doy las gracias.
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